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17 octubre 2006
  Calendario actualizado

Hola a todos. Se ha actualizado el calendario, el cual esta en la barra a la derecha del blog. Revisen sus fechas para que no los agarren por sorpresa. El orden, como lo indicó Nylsa en su momento, fue aleatorio. Se valen intercambios de fecha, siempre y cuando la persona que tomará su lugar nos mande un correo diciendo que esta de acuerdo.

 
  Acamas

Cástulo Aceves Orozco

I -

Th mira al monitor de palpitaciones junto a la cama de su esposo. Tiembla ligeramente. Él despertó hace unos minutos. Fue la primera vez que abrió los ojos en los últimos tres días. Ella se acercó emocionada, él pronuncio su nombre, se le veía en el rostro el desconcierto. Ella intentó, en pocas frases, explicarle su accidente, procurando serenarlo. Él pareció oír con tranquilidad. Después de un rato de silencio le pidió que se acercara. Su esposa era la única en el cuarto en ese momento. Los demás habían decidido salir a comer, eran más de las diez de la mañana y necesitaban un descanso. Las noches en vela ya empezaban a mellar los ánimos.

Dime, le dijo la mujer al acercarse. El enfermo le pregunto en un susurro por su reproductor. Ella se quedó paralizada, era lo último en lo que alguien había pensado desde el accidente. No sé donde este, le dijo la chica. Entonces él le habló de lo que estaba en el disco duro del aparato. Le recordó una vieja promesa. Su esposa no pudo contener el llanto. Él la miró, empezó a respirar agitadamente y los aparatos a su lado comenzaron a emitir ruidos de alarma. Th llamó a las enfermeras, estas lo atendieron y él volvió a cerrar los ojos. Ya esta estable, le dijo una de ellas, pero la mujer sólo pensaba en lo que él acababa de decirle.

Th les explica a los demás lo que pasó. En la habitación están los padres de Jc, además de uno de sus dos hermanos. Los padres de ella también se encuentran allí, pero a diferencia de él, la chica es hija única. Todos intentan calmarla. Debemos ir por sus cosas, les comenta con un dejo de angustia. Yo ya fui revisar el auto al corralón, dice su cuñado. Fuera de un par de chamarras, algunos papeles y sus lentes, no encontré nada más. ¿Buscaste bien? le pregunta la esposa, el solía ajustar el reproductor en un ganchito que le pego al tablero. Tal vez salio disparado por el parabrisas, dice él. Ya no te preocupes, le dice su suegra, hay cosas más importantes. Ella se queda callada viendo el rostro amoratado de su esposo. Necesitas descansar, le dice su padre y la toma del brazo. Vamos a la casa para que duermas un rato. Th se despide de todos y se deja llevar.

II -

Jc avanza en su auto a poco más de ciento veinte kilómetros por hora, mucha más velocidad de la permitida por ley, pero usual en esa avenida que se adentra en la ciudad desde el sector industrial. Viene de dejar a su esposa en la planta donde ella trabaja. Allí el horario de entrada es apenas media hora antes que el de su propia empresa. Cuenta con apenas treinta minutos.

Ve el reloj en el radio del auto, el día de hoy va con buen tiempo, tres semáforos en verde seguidos. Escucha música electrónica, una compilación que él mismo ha venido juntando en su reproductor de mp3 portable. Desacelera apenas un poco en una curva pronunciada, sus ojos van del camino a la pantalla de plasma con el nombre del siguiente archivo de música.

Un auto a su lado se cierra demasiado, intenta rebasarlo. Jc acelera retado por el vehiculo, Ni madres wey, dice mirando al otro conductor. Apenas alcanza a ver de reojo el automóvil que después de la curva tiene prendidas sus intermitentes. Frena. Instintivamente desvía el volante hacia la derecha y pega contra el coche del siguiente carril. El golpe lo hace rebotar hacia la izquierda, llevándolo a salir disparado fuera del camino. Cae varios metros de altura.

III –

Th despierta y mira a su alrededor. Su cuarto de toda la vida. Sus padres no han movido ni tirado nada. Las muñecas siguen en el estante, los peluches sobre el escritorio, los afiches de artistas de cine que le gustaron cuando adolescente aun la miran desde el muro de enfrente. Se siente mareada. Ve el reloj y apenas durmió tres horas. Recuerda el sueño, era como si los recuerdos de ir junto a su esposo en el auto hubieran hecho un collage azaroso. Las veces en que iban alegres a la playa, los momentos de neurosis de él, los sustos en que sintieron un accidente cerca, la carretera, la ciudad, la vez en que buscando algo distinto hicieron el amor dentro del auto. Ella pensó en cuantas veces le advirtió a Jc que bajará la velocidad, que pusiera atención al camino, que no manejara en forma agresiva, que no gritara a los demás conductores ni les hiciera señas ofensivas con la mano. Siente una punzada en el estomago, un sabor acido le llena la boca. Apenas llega al baño a tiempo, vomita durante varios minutos.

Se da un baño para despertarse. Se siente fatigada, pero al mismo tiempo inquieta. La promesa sigue en su cabeza, intentando ubicar el lugar y la situación en que la hizo. Se viste. Al llegar a la cocina su madre le pide que se siente, que le servirá de comer. No gracias, dice Th, debo ir al departamento. Te acompaño, le dice la mujer quitándose el delantal. Este, mejor quédate esperando a papá, ¿Me prestas las llaves de tu auto? Estás segura que estas bien, le pregunta la señora al tiempo que le indica con la mano el llavero. Si, no te preocupes, necesito estar a solas algunos minutos.

IV -

Th maneja rumbo al corralón. Apenas se estaciona, las filas de autos destrozados le erizan la piel. Se acerca a la caseta a la entrada. Vengo a buscar unas cosas en uno de los autos, mi esposo se accidento hace cuatro días. El guardia la mira con pereza, Vaya a las oficinas de enfrente, ahí le darán un pase y yo la acompañaré. La mujer sigue las indicaciones. Hace una hora de cola para solicitar le permiso. Como ya alguien había ido por las cosas la hacen demorar en una sala de espera. Le repite por tercera vez a una mujer mayor que su cuñado no buscó bien. Esta termina dándole el papel más por hartazgo que por creerle. La esposa regresa con el hombre de la caseta. Le indica las placas y este busca en una lista. Le repite que aunque ya habían venido por las cosas de ese vehiculo hubo algo olvidado.

El sujeto la acompaña. La visión del auto torcido casi en una escuadra le estremece. El hombre le ayuda, mediante una vara de metal, a abrir la puerta. Ella mira la sangre coagulada de Jc, el sabor acido regresa a su garganta. Busca debajo de los asientos, debajo de la alfombra, en la cajuela. Poco antes de darse por vencida mira el gancho del reproductor en el tablero. Sabe que tiene un mecanismo por el cual a menos que se presione un botón el aparato no se suelta. La pieza no esta rota. Le nace una sospecha. Agradece al hombre de la entrada. No, no esta lo que buscaba, muchas gracias. Para servirle, dice el sujeto. En silencio recorren el camino a la entrada.

V -

Th va por la misma avenida donde se accidento su esposo hace unos días, toma el mismo carril, a la altura de la curva baja la velocidad. Reconoce el lugar del accidente, más por la descripción que hizo su cuñado que por el hecho de haberlo visto cuando iba del trabajo al hospital. Buscó un acotamiento cercano. Con mucho esfuerzo baja de la carretera al llano donde termino volteado el auto. Solo queda una jirón de tierra removida y pedazos del parabrisas como una alfombra de cristal. Mueve los arbustos cercanos, le da un par de vueltas al terreno.

Unos niños se le acercan. Los mira y le parece que viven en la colonia a unos metros más allá. Un conjunto de casas hechas de lámina y cartón en medio de un extenso terreno polvozo. Ninguno de los infantes dice nada. Chicos, les dice acercándose, Estoy buscando algo, mi esposo chocó aquí hace unos días y no podemos encontrar un aparatito que tenia, es muy importante para él. Los niños empiezan a hacerle preguntas, ella les pide por favor que la ayuden. Empiezan entre todos a mirar en el terreno, algunos regresan a sus casas a ver si alguien encontró lo que perdió la señora.

Empieza a oscurecer. Unos jóvenes se acercan. Ella percibe como se le quedan mirando y la recorren con los ojos. Ese, carnal, dice uno de los chiquillos, esta es la ñora del wey que se mato aquí el lunes. Uno de los jóvenes se acerca. Intercambian un dialogo que Th no logra escuchar. Los ve desaparecer por una calle cercana. Tampoco ellos vieron lo que se le perdió, le dice el niño. Gracias, dice ella y le sonríe. Debo irme. Regresa sola. Para cuando llega a su auto esta oscuro y la avenida se ha convertido en un río de luces a gran velocidad. Se siente exhausta.

VI –

Apenas llega a la casa de sus padres la recibe su madre. ¿Dónde estabas?, intentamos localizarte al celular. Th revisa su bolso, efectivamente esta apagado. No te preocupes mamá, me quede dormida en el departamento. También te marcamos al teléfono del departamento varias veces. Seguramente no lo oí, le dice desde el pasillo, apunto de entrar al baño. Se lava la cara. Apenas sale su madre la espera para ir al hospital.

Llegan al cuarto de Jc. Ignorando a los demás la chica se acerca y lo besa con cuidado en los labios. Su suegra la mira con expresión extraña. Ya era hora, dice en tono que intenta ser amable. Lo siento, le dice, me quede dormida. La otra mujer solo guarda silencio como respuesta. Después del intercambio de noticias sobre la condición del enfermo las tres mujeres se quedan calladas durante varias horas. En el transcurso de la noche la esposa del accidentado dormita varias veces. Despierta con una sensación de caída y un muy mal sabor en las encías. A media noche entra al baño. Vomita la cena que a escondidas metió su madre al cuarto. Al salir mira a las otras dos mujeres durmiendo.

Amanece. La suegra de Th sale a desayunar algo ligero y regresa tras varios minutos. Debería irse a descansar, le dice la madre de Th. Estoy bien, dice ella, parece estar más amable. Si, váyase a dormir un rato, le dice la chica. No te preocupes. Bueno, dice entonces la esposa del enfermo mientras se levanta. Necesito ir a hacer algo, ahora si tengo prendido el celular. Recoge su bolso. Me llevo tu auto mamá, cualquier cosa me hablan. La madre de Th la mira con expresión de sorpresa, la madre de Jc con ojos de enojo. En sus labios se lee una mentada.

VII –

Th se acerca a la caseta de seguridad del corralón. El guardia la reconoce y le pregunta si la vuelve a acompañar a seguir buscando. No, dice la mujer, más bien quisiera saber si hay quienes revisan los coches antes de que lleguen los dueños. El hombre la mira con sorna, parece sonreír con ironía. No se de que me habla, le dice y regresa su vista a la avenida. La mujer empieza entonces a relatarle la condición de su esposo, la necesidad de encontrar el reproductor. Le ofrece algo de dinero. El sujeto sigue negando su teoría. La mujer empieza a llorar, con el aliento entre cortado le suplica. El policía se queda en silencio. Ya cayó, piensa la chica, nunca fallan las lágrimas. Mire, le dice, vaya a esta dirección pero no le diga a nadie que yo le dije, susurra al tiempo que le muestra una tarjeta. Th sonríe. Muchas gracias, dice y apunto de tomar el pedazo de papel el hombre hace un movimiento. ¿De cuanto dinero estábamos hablando?

Th maneja a baja velocidad. Nunca he andado por aquí, piensa mientras ve los números de las calles. Encuentra la dirección después de algunos minutos. Por fuera parece una casa cualquiera. Toca al timbre. Un hombre viejo se asoma por una ventana junto a la puerta. ¿Si? Vengo por algunos de sus artículos de importación, dice la esposa de acuerdo a las instrucciones del guardia del corralón. Mmm, responde el hombre y desaparece en la penumbra de la habitación tras el cristal. Th oye correr seguros de metal. Le franquea el paso un sujeto chaparro y fornido. ¿Puedo pasar? le dice al hombre y este se hace mecánicamente a un lado, como una tercera puerta.

Entra, acompañada por el anciano, a una habitación al fondo de un estrecho pasillo. Parece un despacho de abogado, piensa Th al ver el escritorio al centro, los calendarios con imágenes de indígenas fornidos y heroicos en la pared del fondo, un par de diplomas ilegibles y una gran cantidad de conejos de cerámica sobre un librero. Un hombre gordo y barbón se levanta y la saluda de mano. Viste de traje. ¿En que puedo ayudarla? le dice el sujeto al tiempo que le acerca una silla.

Th le explica que busca un reproductor, pero no cualquiera, uno que perdió su esposo en el corralón. A la mención del lugar el sujeto se revuelve ligeramente en su silla. ¿Y como sabe cual es el que busca? le dice el hombre ya sin el tono conciliador del inicio. Le escribí una frase cursi en la parte de atrás con marcador indeleble, queda oculta por el forro de piel que le compró mi marido. La mujer piensa que el sujeto volverá a negarlo todo, se sorprende cuando le indica que todos los aparatos del tipo que ella menciona los vende de inmediato a comerciantes del mercado doce de diciembre. ¿Cuánto me costará que me indique quién se lo compro? El sujeto dibuja una larga sonrisa. No tengo forma de saber quién fue, pero es muy amable de su parte en ofrecernos una propina por la información. Al tiempo que el gordo se para el anciano y el chaparro entran al despacho y bloquean la puerta.

VIII –

Pregunta en un local, le enseñan los reproductores de mp3 usados que tienen y no reconoce el modelo. Lleva recorridas cinco cuadras, pero el mercado es enorme: casi quince calles a lo largo por tres a lo ancho, varios locales en pequeñas plazas y un edificio de dos pisos al final del tianguis. Sigue preguntando en cada puesto donde venden electrónica. Describe el aparato, cuando sacan uno del modelo que busca lo revisa. Siempre pide verlos todos. Solamente uno ha tenido un forro parecido al de Jc. Después de la emoción descubrió que tampoco era el que buscaba.

Mira el reloj y piensa que debe regresar al hospital. Busca su celular en la bolsa y descubre un par de llamadas perdidas. Marca primero a su padre, después de asegurarle que esta bien marca al hospital. La situación de su esposo sigue igual, ha despertado ya un par de veces. Al llegar a su auto descubre que esta abierto. Tiene una las ventanas rota y los cables del estéreo arrancado lucen caídos en la cabina junto al asiento. Tampoco tiene espejos. Recorre el automóvil, empieza a gritar, mira a algunos niños mirándola y se va tras ellos. Los chicos emprenden la huida riendo, ella los persigue un par de metros mentándoles la madre. Mira a un sujeto que lava autos, le tira un bolsazo. El hombre reacciona alejándose y llamándola pinche loca. Un policía en bicicleta la sujeta mientras arremete contra un par de sujetos que la miran con cervezas en la mano.

El policía intenta tranquilizarla. Le dice que levante una denuncia. La mujer le dice que no mame, el sujeto sigue tranquilizándola. Mas calmada, le dice que en realidad no le importa el auto, le explica lo que busca mientras su respiración lucha por recobrar su ritmo normal. El hombre le dice que la va a ayudar. Le pide que la acompañe con alguien que sabe encontrar cosas en ese mercado. La mujer le pregunta por el auto, Déjelo así, ya no le robaran mas cosas, le indica el policía mientras intenta tomarle el brazo. Th hace un movimiento brusco dejando claro que puede andar sola. Un dolor de cabeza sube de intensidad mientras caminan en silencio.

IX –

¿Cuánto me va a costar? le pregunta la mujer al policía cuando este la deja en la puerta. El sujeto sonríe. Mejor regreso a echarle un ojo a su auto. Th lo ve alejarse y timbra en el comunicador del edificio frente a ella. ¿Diga? dice una voz en medio de estática. Busco al troyano, dice la chica y en seguida la puerta automática se abre. Sube los cinco pisos. En el cuarto su espalda empieza a dolerle, olvida el malestar de la cabeza. Toca con los nudillos en el número de departamento que le indicó el policía.

Un chico delgado le abre. Ojeras demasiado pronunciadas le rodean los ojos. Pase, le dice y la conduce a la sala. A ella le parece muy demacrado para su edad, como si nunca durmiera. Se toca el rostro y se pregunta si no se vera así. Permítame, le dice el muchacho y lo ve entrar a un cuarto. Th se mueve lo suficiente como para ver la habitación. Una televisión de casi metro y medio cubre lo que alcanza a mirar, distintos aparatos de videojuegos yacen a los pies de la pantalla en un enredijo de cables. Él sale con una libreta. ¿Qué es lo que busca? La mujer le indica el aparato y la seña particular, le cuenta como se perdió y estaba a punto de platicarle la ruta que ha seguido en el día pero el joven se levanta. Con eso tengo, le dice, regrese mañana por la mañana y le tendré el aparato. ¿Cuánto me costará? le pregunta la esposa. Al tiempo que saca una calculadora del bolsillo del pantalón el joven le da un precio.

X –

Apenas llega al hospital sube a ver a su esposo. La reciben la mirada recriminatoria de su suegra y la suplicante de su madre. También su cuñado la mira con extrañeza. Le pide a su mamá que salga y le explica que abrieron el auto, no le dice donde. Regresan al cuarto y le toma la mano a Jc. Se queda dormida en el sillón.

Despierta poco después de medianoche. Vomita en el baño intentando estar callada. Se lava la cara y piensa en la fecha. Cae en cuenta que hace un mes que no tiene su periodo. Regresa junto a su esposo. Lágrimas inundan sus ojos.

Al amanecer despierta a los demás del cuarto. Vayan a desayunar, les dice mientras los ve estirarse. Yo me quedo otro rato. La madre del enfermo hace entonces un comentario sarcástico. Th le dice que no le importa lo que ha estado haciendo. Se intercambian frases que se contienen de ser gritos solo por tener a Jc a la vista. Su cuñado intenta calmarlas. Th se queda sola.

XI –

Jc le muerde la oreja izquierda a su esposa. Pasa la lengua por el cuello. Te he dicho que no me gusta que me lamas, dice Th picándole las cosquillas, haciéndolo a un lado de la cama. Jc vuelve a intentar subirse en ella, ambos horizontales y desnudos bajo una gruesa cobija. La habitación a oscuras. Se besan. Hacen el amor celebrando que ella obtuvo un ascenso. Él se detiene, se estira para abrir un cajón en una cómoda a la derecha. Hace todo sin caerse del cuerpo de la mujer. Toma un pequeño paquete metalizado. Sabes, le dice, talvez es hora de que nos dejemos de cuidar. Ella ríe y vuelven a acometerse con más pasión esta vez, hasta quedar en silencio, respirando uno sobre el otro.

Se intercambian frases de amor. Jc se levanta, Estoy inspirado, dice al tiempo que se pone un calzoncillo. Su esposa esta acostumbrada ya a verlo levantarse a media noche, a de la nada sentarse frente a su computadora a escribir poemas. Aunque estudiante de una carrera administrativa, Jc siempre arguyó que su vocación tardía era ser poeta. Ella lo apoyaba con más amor que confianza. Había estado junto a él en las numerosas ocasiones donde asistían a lecturas publicas con el objetivo de acercarse a lo que él llama circulo literario, lo había visto llegar emocionado con una revista independiente donde publicó un poema, lo había visto quejarse de las autoridades al no recibir un premio o beca en tal o cual concurso.

Jc prende el monitor. Camina unos pasos y busca en sus pantalones. Mi reproductor, le dice a Th, no lo encuentro. Seguro lo dejaste en la oficina, le dice ella, no te preocupes. Es que allí tengo mis archivos. Su esposa se queda mirándolo mientras se viste. ¿No pensaras ir a la oficina verdad?, Es que, responde él dubitativo y se queda inmóvil. Mira la expresión de enfado de su mujer. Como quieras, le dice ella intentando contener el enojo. Él se aleja unos pasos y regresa a la cama. No te enfades, le dice acariciando su rostro.

Th se arrepiente por un momento de haberle regalado ese aparato. Meses antes de la boda su entonces prometido llego a visitarla bastante enojado. ¿Mal día en el trabajo? le preguntó a sabiendas que había días en que Jc simplemente detestaba lo que hacia. Si bien había estudiado comercio, el trabajo que tenía era más bien repetitivo. Revisar pagos y cuentas en un sistema de una transnacional, tan grande y burocrática que solo notaban su ausencia por las diferencias contables. Ya no nos dejaran tener archivos personales ni música en nuestras computadoras, ¡Es el colmo! Ella lo tranquilizó en esa ocasión. A los pocos días, siguiendo la recomendación de un amigo, le hizo el regalo. Jc se emocionó tanto que se desveló a lo largo de una semana debido al tiempo que invertía en aprender a usar el reproductor de música portable.

¿No puedes escribir en papel como antes? le pregunta la chica, ¿o por lo menos en el disco duro local y después actualizas el archivo? Jc se queda en silencio. Perdóname, le dice al tiempo que vuelve a desnudarse. Es que allí están todos mis poemas, le dice mientras se recuesta. Estarán bien, le dice ella abrazándolo. Solo hazme una promesa, le dice él, si un día muero, busca que me publiquen aunque sea un libro. Ella dice que si al tiempo que lo besa. Hacen el amor nuevamente, sin anticonceptivos, hasta quedar dormidos y envueltos en su propio sudor.

XII –

Th recibe a su madre con abrazo. Su suegra las observa desde sus ojos llenos de sueño. ¿Te vas a ir? le pregunta la mujer como queriendo retarla. Trajiste el auto, dice la chica a su mamá ignorando a la otra mujer. Ella le recuerda que había que llevar al taller el automóvil, me trajo tu padre ¿Quieres que él te lleve a algún lado? No, está bien, dice ella, tomaré un taxi.

Le vuelve a abrir la puerta el joven de aspecto somnoliento. En la sala del departamento le entrega un reproductor. Ella lo revisa, no es él de su esposo, el mensaje no está en el reverso del aparato. No es este, dice. Lo siento, le dice el chico, pero este te lo daré a un tercio de lo que vale uno nuevo. Th sale de allí poco después. En el primer piso vuelve a vomitar. Camina cerca de una hora en el mercado buscando una funda de piel idéntica a la que tenía su esposo. Encuentra una que inclusive parece estar igual de usada.

De regreso al hospital Th compra una prueba de embarazo. Sube al cuarto y encuentra ahora a sus dos suegros. Su esposo esta despierto de nuevo, ella sonríe, corre hacia él ignorando a los demás. Jc habla con dificultad. Pocos minutos después su suegro la toma del brazo, vamos por algo para que comas, le dice al tiempo que la jala. Ella contesta que no tiene hambre, pero ante una mirada de complicidad decide seguirlo. Jc esta muy grave, le dice el hombre mientras le toma la mano a su nuera. El doctor no cree que se salve. Pero si ya despertó, dice ella con lágrimas en los ojos. Eso no garantiza nada, dice él repitiendo el tono y las palabras del médico. Th regresa al cuarto en silencio, intenta sonreír mientras se acerca a su esposo. Ahora regreso, dice dirigiéndose al baño.

Th observa la prueba. Se lava el rostro. Sale al cuarto y les pide que la dejen hablar a solas con Jc. Todos acceden, aunque su suegra lo hace obligada por su esposo. Ella se sienta junto a él, saca de la bolsa el reproductor. Él sonríe ligeramente. ¿Cumplirás tu promesa? le dice él mirándola a los ojos. No te pasará nada, no seas fatalista, le contesta. Piensa en decirle que tendrán un hijo. Tengo que decirte algo más, le indica ella tomándole la mano. ¿Qué cosa? dice él. Ella mira su rostro, toma una decisión. Solo que te amo, le contesta al tiempo que lo abraza. Esa tarde Jc recae. Toda la familia pasa la noche en vela mientras su estado se complica. Muere al amanecer.

 
04 octubre 2006
 
Y todo por la Zuly
Nylsa Martinez


A Ernesto C. y las estratagemas.


Nicolás llamó al mesero y pidió una coorslight, aproveché y yo también dije que otra. Para esas horas había perdido la cuenta de las cervezas, pero me sentía bien, podía seguirle la plática al Nicolás y decir: “Soy ingeniero en sistemas computacionales”. Era chistoso, pero siempre que me ponía pedo, tenía dificultades para decirlo sin equivocarme. Cabrón, la pinche Zuly me mandó madrear…, escuchaba la historia donde mi amigo tomaba el bastón del carro para defenderse y luego, todo un relato de cómo los otros batos huían, siempre eran cosas por el estilo. Wey, ya te lo dije, te van a venir chingando, se lo repetía aunque no me hiciera caso.

Eran casi las doce de la noche, yo sentía que podíamos seguir pisteando, era sábado y ninguno teníamos que ir al día siguiente a trabajar. Así que le dije al Nicolás que le cayéramos al Oxxo por más cheves y de allí a mi cantona. ¡Árre!, me dijo. Nos subimos a su Pick-up y nos fuimos acá, escuchando puro Depeche, neta que cómo nos cae. Llegamos al Oxxo y todo comenzó, la Zuly estaba allí. Nicolás en cuanto la vio se le quiso acercar, lo detuve: Wey, ¡aaal raaato!, no la armes de pedo. Como que no le cayó la curada, pero la neta, ella había mandado a los batos para que se lo chacalearan, ¿para qué buscarle?, a mí no me gustaba meterme en pedos. Entonces nos hicimos weyes en la sección de los refris. Cuando ya no la vimos, agarramos un dieciocho y pagamos.

Al salir lo primero que vimos, fue un rayón a lo largo de todo el pick-up. ¡Pinche Zuly!, ¿ves lo que hizo cabrón?, yo sólo vi en Nicolás ese rostro que no me gustaba. ¡Vamos a su casa!, ¡esta pinche vieja me va a escuchar!, se subió todo encabronado al pick-up. Wey, ni sabes si va estar en su casa, trataba de que agarrara la onda. ¡Me vale madres!, ¿qué?¿le sacas?

Yo abrí una cerveza y me la fui tomando para calmarme, si algo no me caía del Nicolás era que siempre buscaba los madrazos, pero pues era compa, y la neta nunca me dejaba abajo, así que tampoco yo lo iba a hacer. Entonces acá, venía pensando en qué haríamos, o qué haría este wey en cuanto llegáramos a casa de la Zuly. Tenía la esperanza de que la seguridad del fraccionamiento nos impidiera entrar y asunto arreglado. Así fue, ni madres nos dejaron pasar, había que identificarnos y avisar a la familia que visitábamos. Culeros los batos, Wey pero si ya sabías que aquí así es, Sí, pero antes acá, me dejaban pasar nomás haciéndoles un saludo, Sí wey, pero eso era antes.

Entonces se calmó. De nuevo íbamos para mi casa cuando volvemos a ver a la Zuly. Iba sola en su carro naranja. Nicolás inmediatamente se lanzó a perseguirla. La morra se dio cuenta y le aceleró perdiéndose entre las calles. Pero el Nicolás se puso como loco, yo sólo estuchaba: Black celebration, black celebration tonight, rogando porque no la alcanzara. Todos sabíamos del poder de su familia, eran dueños de media ciudad. Yo le había dicho desde un principio que no le buscara con esa morra, que la neta si estaba buenona pero que si luego tenían pedos, se lo iba a cargar la chingada. No me hizo caso. Estaba aferrado. Se hicieron novios, duraron un rato hasta que el wey la cortó.

Sólo escuchaba los rechinidos de llantas y sentía los brincos que daba el pick-up. Entonces sucedió, alcanzó el carro de Zuly y le cerró el paso de manera que no le quedó otra que detenerse. Nicolás bajó hecho una fiera, no tardó en estar frente al carro de la morra, abrir la puerta y obligarla a bajar. Yo también me bajé del Pick-up, no podía quedarme viendo cómo nos metíamos en problemas. Wey ¡bájale! le grité mientras me acercaba. ¡Ni madres! Zuly tenía una expresión de terror, ni siquiera intentaba defenderse. Mira morra, ya me tienes hasta el culo, o me dejas de chingar o me vale de quien seas hija. Zuly había comenzado llorar, Tú tienes la culpa, tú fuiste el que se pasó de lanza conmigo, Morra se acabó, neta, déjame en paz. Ya la había soltado, más que furioso se veía cansado. No duró mucho la conversación, la dejó que se fuera.

Nos subimos al pick-up y no dijo nada. Pásame una cheve. Nos quedamos un rato pisteando en la calle, escuchábamos: “Here is the house”, yo me sentí aliviado de que Nicolás no hubiera hecho más desmadre. No era la primera vez que eso nos pasaba, hacía tres años se había agarrado a madrazos con el hijo del gobernador, todo por una estupidez. En aquella ocasión unos tipos nos habían amenazado en la puerta de su casa. Nicolás por su parte les había dicho que si ellos le ponían una mano encima, se les iba a armar. Su papá gozaba de fuero, era cónsul de República Dominicana en México. Eso no muchos lo sabían, incluso era como un dato curioso, pero por alguna extraña razón gozaba de este título. Realmente nos valía madres. Hasta ese momento, ignorábamos que en nuestra ciudad hubiera cónsules de otros países, o de algo que no tuviera que ver con Estados Unidos. Lo único que importaba es que en su casa estábamos a salvo, hacernos algo era desatar un conflicto internacional.

De nuevo íbamos rumbo a mi casa, las cervezas todavía estaban frías, era pleno diciembre. Mi celular sonó, era una amiga en común, nos invitaba a una peda. No dudamos. Ya traíamos las cheves, no necesitábamos más. Wey, ¿te acuerdas dónde queda la bodega de la Kikis?, Pues según yo está sobre la Alemán, pero no sé a qué altura. Lo único que recordábamos de aquel lugar es que estaba a toda madre. Para eso eran como las dos de la mañana, nos sentíamos bien relax, después del incidente con la Zuly, las cheves nos habían caído muy bien, todo estaba como al principio, cool.

Oye, ¿y crees que esté la Rachel?, esa morra estaba muy bien, siempre me había gustado. A huevo, ella y la Kikis siempre andan juntas. Empezamos nuestra búsqueda del lugar, recordábamos que no tenía una fachada especial, la referencia era que como a dos locales, se encontraba una bodega que decía “Estilo Mexicano, S.A. de C.V.”. Siempre nos había intrigado qué hacían allí, nunca estaba abierto. Aunque realmente nos valía madres, probablemente era una bodega de sombreros, guayaberas o mamadas como ésas. La Alemán era nuestra calle preferida en las noches: poco tráfico, alta velocidad, sin semáforos. A veces nos tocaba ver uno que otro wey brincándose el cerco para cruzar a Estados Unidos, nos daba cura. Más tardaban en brincar que la migra en cogérselos. ¡Pobres pendejos! , era lo que siempre terminaba diciendo el Nicolás.

Wey en la siguiente, ya vi la pinche bodega. Nos estacionamos. La música se oía por toda la calle, ¡Chilo que le caímos!, ¡a huevo que debe estar la Rachel! Yo ya ni me acordaba del pedo con la Zuly, me sentía a toda madre. Bajamos del pick-up y fuimos siguiendo la música. Como lo suponíamos, la bodega estaba a dos locales de la llamada Estilo Mexicano. No necesitamos tocar como otras veces, las puertas de acceso estaban completamente abiertas. Había gente pisteando en la baqueta, luego luego nos saludaron. Puro conocido. La Mónica Cobiera como siempre pedísima, estaba junto con otras morras bailando arriba de unas cajas de madera. Allí estaba la Rachel, se veía también hasta la madre. Wey, ¿ya viste a tu Rachel? , Simón ahí está. Pendejo, no bajaste las cheves, Wey, tú tampoco te acordaste, Yo voy, me ofrecí a ir por ellas. Voy contigo, me quiso acompañar. ¿Qué pedo?, van a creer que somos maricas, yo puedo ir solo, de repente se me hizo bien raro. Wey, ¡te acompaño!, entonces supe que había otra razón.

¿Qué pedo?, ¿Es que sabes qué?, me pareció ver estacionado el carro de la Zuly cuando llegamos, Ya wey, si está en el party pues ni modo, No, pero no la vi, quiero checar si es su carro. Otra cosa que me desesperaba del Nicolás era su paranoia, siempre se aprendía las placas, direcciones, rutinas de sus morras. Entonces regresamos al Pick-up. Nicolás me dio las llaves para que yo sacara las cheves, él siguió caminando de largo. Como a cuatro carros de donde nos habíamos estacionado estaba el dichoso carro de la Zuly, justo frente al almacén de Estilo Mexicano. Dejé las cheves en la banqueta y me acerqué también, Nicolás habló en voz baja: Wey, ¿ya viste?, esta abierta la puerta del almacén, ¿Y eso qué?, ya me lo imaginaba, seguramente iba a querer que investigáramos si la Zuly estaba metida allí. Wey, ¿y si ese negocio es del jefe de la Zuly?, Pues chilo, hay que regresarnos, quiero caerle a la Rachel, neta, yo ya quería ir a ver si se me hacía con la morra. ¿Y si allí anda la Zuly? igual y se vino a coger con otro cabrón, ¿Te importa con quien coge?, neta hay que regresarnos, no me hizo caso. ¡Vente!, sólo vi cómo Nicolás se acercaba a la puerta que desde lejos se veía entreabierta. No tuve opción, lo seguí.

Unos cuantos pasos y ya estábamos a un lado de la entrada, no se escuchaba ruido excepto por la música que imaginamos provenía de un radio. Nicolás que siempre se arriesgaba se asomó, incluso empujó un poco más la puerta. El rechinido de la lámina me asustó, yo estaba seguro que nos iban a cachar. No pasó nada, Wey, no se ve gente, me volvió a decir en voz baja. Yo sólo quería que nos regresáramos al party. ¡Voy a entrar!, No wey no mames, Nomás deja que vea, quiero saber qué hacen aquí, No wey, ni al caso, vámonos. Nicolás se metió y yo me quedé afuera viendo hacia todos lados, luego me asomé al interior: la bodega era un espacio grande y estaba casi vacía, por lo que se veía todavía más grande. Nicolás caminaba entre dos pick-up nuevos estacionados allí, tenían placas de California. Me llamó la atención que al lado de los pick-up, había una de esas máquinas que usan en la construcción, retros, creo que así se llaman. Era una pequeña, del tamaño de un montacargas quizá. También se veía algo de herramienta regada, nada de sombreros o guayaberas como siempre habíamos imaginado.

Los segundos transcurrían y yo me moría de miedo, ya esperaba un montón de cabrones dándonos de putazos. Quizá llamarían a la policía, pero eso en el mejor de los casos. Wey…, escuché la voz del Nicolás llamándome desde el interior, No mames, cáele cabrón…, el eco se escuchaba por toda la bodega. No me quedaba otra que confiar en mi amigo, entré. Una vez que uno atravesaba la bodega, se llegaba a otra puerta metálica que daba a una improvisada oficina. Hasta allí me hizo entrar. Sobre un escritorio estaba la bolsa de la Zuly, Nicolás ya se había encargado de abrirla y encontrar sus identificaciones. ¿Y? ¿qué con eso?, wey ya vámonos, ya nos dimos cuenta que esto del papá de la Zuly, yo sentía que alguien de un momento a otro nos iba a sorprender. Entonces Nicolás, abrió otra puerta dentro de la misma habitación y me enseño un baño. Estaba hasta la madre de lleno de mota. Wey ¿estás pendejo o qué?, ¡hay que salirnos a la chingada de aquí!, era la primera vez que realmente me emputaba cómo el Nicolás, se tomara tan a la ligera las cosas. Y eso no es todo, cuando dijo esto, escuché su risilla, era esa que soltaba cuando me iba a quemar la cura. Nel, me vale madre, me salí de la oficina y en putiza atravesé la bodega.

De nuevo me encontraba en la calle, sólo que ahora sentí que me cagaba del miedo, ¡Pinche Nicolás! , era una especie de encabronamiento, ganas de no sé, partirle la madre. Me regresé, las cheves estaban todavía sobre la banqueta. Las agarré, y me subí al Pick-up. Abrí una, estaba temblando. ¡Pinche Nicolás!, ya ni me acordaba de la Rachel, lo único que quería era largarme a mi casa. Entonces alguien tocó en la ventana del copiloto, me escamé. Era Nicolás, el muy cabrón seguía sonriendo. Cabrón, ¡no mames!, yo ya no quería saber nada de él. Le abrí. Se subió del lado del copiloto y agarró una cerveza, no se le había quitado esa expresión que detestaba. ¡Wacha!, abrió la pantalla de su celular y comenzó a mostrarme fotos, el muy cabrón todavía se había puesto a retratar todo el pedo.

***

Llevo semanas que no veo al Nicolás, hemos quedado en ir por unas cheves, pero siempre algo se nos atraviesa, ya sea él o yo, el pedo es que no se nos ha hecho. Justo ayer quería localizarlo y es curioso, porque hoy salió en las noticias que las autoridades encontraron sobre la Alemán un narcotúnel.

Cuando llegué al trabajo la gente se traía ese cotorreo, pero no estaban sorprendidos, en cierta manera ya todo mundo esta acostumbrado. A mí me hubiera valido madres como siempre, pero no pude evitar que en esta ocasión me sintiera interesado, así que antes de que se hiciera más tarde compré el periódico, esto decía: “Esta mañana fue localizado un nuevo narcotúnel en la zona residencial fronteriza que divide las dos ciudades. El gobierno del estado y la delegación de la PGR confirmaron que a diferencia de otros narcotúneles encontrados a lo largo de la frontera, la construcción de éste inició del lado estadounidense y desemboca en México al interior de una bodega localizada sobre la avenida internacional Miguel alemán. Del lado norteamericano por cierto, se decomisaron 900 kilos de marihuana…”

Luego describían los detalles del túnel y hasta venían fotografías. Me quedé acá, todo emputado.

***

Aquella noche, cuando el Nicolás me mostró las fotos me frikié. Primero vi las del baño y toda la marihuana, luego un pequeño patio y en él una excavación. ¿Qué pedo con esto wey?, no hallaba lo extraordinario del asunto. Neta que estás bien pendejo, ¿no ves?, ¡es un túnel!, Nicolás parecía un niño con juguete nuevo, brincaba de gusto. En eso, que se nos aparece la Zuly golpeando la ventana del conductor. Nicolás guardó rápido el celular y yo bajé el vidrio para escuchar lo que nos quería decir.

Nico ¿qué chingados me andas siguiendo?, ¿Qué pedo morra?, ¡ni te había visto!, No te hagas pendejo, te vi saliendo de la bodega, ¿Y qué?, ¿te da miedo que diga lo que vi?, ¿Sabes qué? vales madre, a mí no me asustas, ¡Mira morra!, muy fácil, deja tú de chingarme y yo no digo nada, la Zuly se quedó muy seria, por unos segundos no dijo nada. Ni saben en dónde se meten, neta que no lo saben. Se fue.

Ella tenía razón, no sabíamos qué pedo. Entonces no nos quedaron ganas de regresarnos al party, le caímos directo a la casa del Nicolás, no a la mía como era el plan original. Llegamos. En cuando cruzamos el cerco, me sentí aliviado; nos fuimos directo a la parte de atrás. Siempre las grandes ideas, venganzas, todos nuestros planes los hacíamos sentados en una de las mesas del jardín, acá, tomando cheve junto a la alberca.

¿Entonces qué hacemos wey?, No pues nada, oye cabrón ¿cómo no sabías que la Zuly andaba en eso? Neta que no, está bien raro, Pero ¿qué? ¿será de su jefe esa onda? No pues no sé, ¿sabes qué estaría cura?, ¿Qué?, No pues acá, imprimir las fotillos y mandarlas al periódico o al gobernador, Simón wey y seguramente no van a saber que fuimos nosotros, No pues no sé, quizá no, Simón wey, sobre todo porque la Zuly nos vio, ¿Tons qué?, Nada, borra esas chingaderas y ya.

Seguimos pisteando toda la noche, yo apenas recuerdo cómo agarré mi carro que estaba estacionado afuera. Al día siguiente desperté en mi cuarto bien ondeado. Sonó el teléfono, no contesté, luego mi hermana entró y me aventó el inalámbrico, ¡Contesta! Era el Nicolás, Wey…, ¿qué pedo?, Le voy a caer a tu casa para ver qué hacemos, Simón cáele. Colgué el teléfono, la neta no sabía qué iba a pasar, pero sentía que esta vez el Nicolás se había pasado de lanza.

Estuve esperándolo como dos horas, el wey no llegaba. No me extrañó, quizá se había vuelto a jetear, así que yo también después de comer me tiré de nuevo en la cama. Eso había sido como a las dos de la tarde, para cuando desperté ya eran las cinco. Bajé a la sala, le pregunté acá a la que limpia, si alguien me había buscado, Nadie, me dijo. Entonces me empecé a preocupar. Le marqué al celular, me decía que estaba fuera del área de servicio. Llamé a su casa, contestó su hermana, como siempre no sabía nada, sólo dijo que había salido. Para ese momento ya estaba preocupado, pero quise mantener la calma. Me puse a ver la tele.

Para las diez de la noche, ya no hallaba qué hacer. Pensaba en contarle a su papá. Presentía que algo malo le había pasado y sino decía nada, podían seguir pasando las horas sin que apareciera y a nadie se le iba a hacer raro. No me aguanté. A las doce de la noche llamé a su casa, yo tenía pánico salir a la calle, así que tuve que contarle todo por teléfono a su papá. Se hizo un desmadre, a pesar de que ya no era cónsul, tenía mil conexiones en gobierno, luego luego se hizo una movilización para localizar al Nicolás.

Yo por mi parte, no quería que le pasara algo a mi familia, me sentía culpable, cagado del miedo. Primero se lo dije a mi mamá y ella luego a mi papá. Se armó en grande, quizá como pocas veces, estábamos todos en la sala escuchando sus gritos. Él también por su parte le llamó a sus conocidos en la Judicial y la casa inmediatamente fue vigilada. Me sentía como en una movie acá, de esas de los Almada.

Las horas pasaron, ninguno podía salir, neta que me estaba sintiendo de la chingada. Así pasamos toda la noche hasta la mañana. Como a las once llamaron, era el papá de Nicolás. Lo habían encontrado. La gente del narco lo había interceptado cuando iba a mi casa, lo treparon en un pick-up y luego lo habían llevado rumbo al aeropuerto. Después de escuchar todo lo que su papá me decía con calma, le hice la pregunta: ¿está vivo? Sí, ahorita está en hospital y sigue inconciente, pero está vivo. Luego me dijo algunas indicaciones y quedamos en mantener la comunicación, por el momento teníamos que seguir resguardados en la casa mientras todo se ponía en paz.

No pude ver al Nicolás hasta que habían pasado cuatro días, para eso ya estaba en su casa. Me acuerdo que llegué y a penas pude soportar la mirada de su papá, era la misma del mío en casa. Subí las escaleras, llegué a su cuarto. Entré. El pobre estaba todo madreado, tenía el rostro morado, los brazos llenos de raspones, las dos piernas enyesadas, bien jodido. ¿Qué onda pinche Nicolás?, ¿Qué pedo cabrón?, Ves, te lo dije que te iban a venir chingando, Simón…ya sé y todo por la Zuly. Allí me quedé toda la tarde. Después estuve yendo casi todos los días. El Nicolás tuvo que permanecer en cama como dos meses.

Pasaron varios meses y ya no hubo más broncas. Nos dijeron que sólo nos habían querido dar un aviso. De cualquier manera nuestras familias mantuvieron la vigilancia durante algún tiempo. De la Zuly ni sus luces, luego nos enteramos que se había ido a Italia; a su familia no le tocaron ni un pelo. Como siempre, parecía que no había pasado nada. Fuera de nuestras familias que estuvieron comunicándose, con nadie se comentó lo sucedido. Los amigos sólo supieron que el Nicolás había tenido un accidente, que por eso estaba todo madreado.

Hoy con lo del periódico me he quedado pues acá, pensando un chingo de cosas. Al rato quizá vea al Nicolás, apuesto que el cabrón ha de estar todo emputado, las fotos que se publican son las que él tomó con su celular. Ni hablar, quizá ni nos hubieran creído que nosotros descubrimos ese pedo.

Desde ese día se nos bajó el desmadre, todo levesón, puro pistear y nada de madrazos, a veces le hago carrilla, le digo: ¿Ya ves?, te decía que te iban a chingar pero no me hacías caso, él sólo se la cura. Hasta ahora nadie nos ha vuelto a molestar. Yo estoy tranquilo. Si acaso, lo único que me preocupa es que a pesar de todo, el Nicolás está esperando el momento en que regrese la Zuly. Yo le he dicho, ¿Estás pendejo o qué?¿a ver…,qué vas a hacer? Luego se queda pensando acá, y hace su risilla. Pero así es, neta que hay gente que ni a punta de chingadazos.

 
Herramienta de los miembros del taller de narrativa del Departamento de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara.

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