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22 noviembre 2006
  Aroma a Cobalto
Francisco Jalomo Aguirre

PARTE I

El aroma entra por mis fosas nasales y despierta mis recuerdos de antaño, siento de nuevo tu espacio aquella vez primera cuando el olor de tu cuarto quedo impregnado en mi mente para no dejarme nunca más. Y como si me transportara al pasado, te veo de nuevo sentado frente a la vieja iglesia de Nuestra Señora del Carmen, como si esperaras coincidir con tu otra mitad.

Poco a poco se materializa el entorno de la iglesia que nos cobijo en nuestro primer encuentro. Veo frente de mí los niños corriendo en los jardines que juegan junto a la fuente frente. Las personas sentadas en el café apacible, como todas las veces en que nos veíamos en nuestro punto de encuentro, también están presentes. El replique de las campanas y la gente saliendo de misa, los amantes del tango también regresan a su sitio habitual junto con los ritmos y las melodías. El trino de las aves, las palomas agrupadas y hasta los mendigos, viven en mis recuerdos.

Todo se vuelve tú, todo se transforma en esa tu piel morena que me derretía el alma, esa piel que ahora que recuerdo me hechiza el corazón y me dibuja una sonrisa. Cuan bello era el contraste de tu piel mulata y mi piel blanca, tal como el contraste del cardo y la ceniza.

Recuerdo que el día en que te encontré en ese lugar tan especial para mí, me senté a tu lado y fue con la mirada que te dije cuanto espere ese momento y tus ojitos de angelito negro me respondieron con la misma idea, estaban de acuerdo.

Para cuando escuchamos nuestras voces, ya nuestro pacto estaba sellado alma con alma. Fue entonces que me invitaste a tomar un café y yo cautivo, acepte como si te conociera de toda la vida.

Caminamos, cual si voláramos como dos gorriones que se funden en una misma cosa con el viento, volviéndose un solo mundo, un solo universo, siendo el todo en un espacio de ensueño.

Muchas otras veces he recorrido el mismo camino que anduvimos auqella tarde, y como si mi alma quisiera regresar contigo, he llegado incluso a encontrarme frente a la puerta de tu casa. Pero siempre el valor se desvanece y me retiro.

Es curioso como mi mente no olvida cuando abriste la puerta y cruce el dintel de tu pequeña casa en la que en un espacio de 6 por 3 metros, se mezclaban tu estudio, tu sala y tu cama, ése aroma a cobalto envolvió y penetro todo mi cuerpo. Era dulce, cual si describiera nuestra historia de los próximos meses. Nada mas existía, sin ser ese olor.

Ahora que aspiro de nuevo ese aroma, recuerdo los momentos mejores de mi vida, pero sin querer también, reviven dentro de mi sabores tan amargos como el de aquella noche en que destrozaste mi corazón en pedazos. Esa noche en que llegamos a tu casa, tu mejor amigo y nosotros dos. Los tragos previos al momento no me importaron, cuando mientras recostados en tu cama yo palpaba tu cuerpo con mis manos ardientes de deseo, que saboreaban tu piel en todas direcciones, sintiendo como rozaba tu falo en cada movimiento que emprendía. Tus manos firmes y fuertes sobre toda la extensión de mis carnes, aun las siento recorrer mi cuerpo.

Éramos tu y yo, o uno solo. Pero luego sentí unas manos extrañas y un calor de un cuerpo que me era ajeno.

Fue a tì que no te importo que tu mejor amigo irrumpiera en nuestra intimidad, en nuestro pequeño mundo. Al contrario, parecía excitarte la idea como si fuera parte de algo ya planeado. No te incomodo que alguien distinto a ti me tocara y te tocara sin medida ni limite. Nada hiciste por impedir tan osada intromisión, tan vil canallada.

Me pareció ver en la oscuridad la silueta en la que tus labios besaban los de ese intruso, querían que entrara al juego pero yo estaba pasmado, confundido, paralizado y sin fuerzas.

Fue entonces que recordé cuan frecuente era que tu supuesto amigo se quedara contigo a dormir y cuan constante el tiempo que pasabas a su lado. Que tan común era encontrarlo a él cuando llegaba a tu aposento. Como nos miraba cuando nos entregábamos un beso, una caricia, una muestra de amor. Cuantas insinuaciones note de su parte para separarnos, para seducirnos, para deshacer nuestra fusión.

Mi alma libraba una batalla dentro, mientras una tempestad se avecinaba afuera. Los sueños futuros se desdibujaron y se tornaron caóticos, faltos de lo que proyectamos juntos, pero sobre todo faltos de ti.

Cuando me levante note como las lágrimas corrían por mis mejillas y se precipitaban al infinito, y junto con cada fragmento de mi alma vuelto gota, el dolor ocupaba el espacio que se quedaba hueco, invadiéndome una rabia que me transformaba por completo. Fue así que el amor dejo de ser amor y se convirtió en odio.

Trataste de excusarte, pero sabias bien que no había palabras para remediar lo sucedido. Mi decisión se escuchaba a través de mi boca cerrada, te dije con mis ojos cuanto te odiaba a partir de ese momento. Tome mi ropa, me cubrí el cuerpo despedazado por dentro y deje para siempre ese aroma a cobalto, ese espacio, deje los escombros de nuestro futuro juntos, de nuestros sueños, y me marche mientras escuchaba cada vez mas distante tu voz detrás de mi.

Ahora que recuerdo, pedacitos de antaño salen por mis ojos en forma de cristales. Ahora me doy cuenta, que el aroma a cobalto no me dejara jamás.

PARTE II

Tal vez el destino me esta dando señales, señales que no entiendo ni quiero aceptar. Porque este último mes, después de recordarte tanto cada vez que aspiro el aroma a cobalto, me pareció verte a lo lejos en la calle.

Quizás esta aroma me este volviendo loco, porque según he oído, te marchaste lejos, muy lejos de mi lado.
 
06 noviembre 2006
  CAFE NEGRO

Yvonne Bagnis

Se despierta. Avienta las sábanas verdes hacia un lado y se levanta. Trae puesto su gorro azul debido al intenso frío de invierno y a su calvicie, y que además combina con los cuadros de su pijama. Va a la cocina y se dispone a prepararse un café. Pone a hervir agua, saca un café soluble corriente de la alacena, que es para el único que le alcanzó esta semana, y lo coloca sobre la barra. De pronto, siente que algo roza su pierna. Es su gata, Amelia, la fiel amiga que lo acompaña desde hace unos años. Buenos Días, le dice, y la gata se repega más a su pantorrilla. El agua hierve, la sirve en una taza, le agrega una cucharada de café y una y media de azúcar. Se va al sofá y prende la televisión. Se sienta con la esperanza de encontrar un programa de acción este domingo. No hay nada. Se conforma con ver los refritos de programas de los 80 o los 70 que había visto hace muchos años.

Termina su taza de café y las galletas que tomó de arriba del refrigerador. Se ha quedado dormido en el sofá nuevamente. Cruza los brazos sobre su pecho por costumbre y por el frío. Debajo de su papada está el control remoto, que diez años antes, sus hijas trataban de quitarle sin que él se diera cuenta para poder cambiarle de canal a la televisión. Nunca lograron hacerlo sin despertarlo, sin que sus ojos se abrieran y se notara un color rojo en ellos por el profundo sueño en el que papá estaba inmerso, y el cual, ellas creían se debía al enojo de querer quitarle el control. Imaginaban que ese rojo en los ojos era como de la furia de un ogro. Y que esos gruñidos que papá les daba se debían a la rabia retraída, y no a los ronquidos guardados en los pulmones llenos de humo de cigarro. El teléfono suena, lo despierta, pero quiere ignorarlo, no quiere contestar. El teléfono sigue repicando, ya son las 11 de la mañana, se espabila un poco y se acerca al identificador, ve el número y lo reconoce, es su hija la mayor, seguramente quiere invitarlo a comer o a desayunar, lo sigue oyendo repicar y sin embargo, sólo lo mira, no contesta. El teléfono se calla.

Hace semanas que Michel no contesta el teléfono, ignora su sonido y se le ha vuelto fácil hacerlo. No tiene ganas de salir y sólo se dedica a ir a trabajar y volver para encerrarse entre las paredes de su casa y perderse en la televisión.

Frente a él están sus libros. Todos los que ha leído más de una vez y que reconoce por su pasta, por el color y por su olor. Algunos se los llevó su hijo el menor cuando partió. Michel los mira, los revisa con la mirada, hace mucho que no lee un libro completo. Culpa a su vista cansada, pero en el fondo sabe que se debe a su apatía. Al desgane de los años y a su amargura. A penas rebasa los 50 y se ha vuelto un ermitaño. Vuelve otra vez la mirada a sus libros y de pronto observa algunos. Los libros de bolsillo que compró en sus viajes a Europa, en las centrales de camiones, en las estaciones de tren o en los aeropuertos. Qué hombre era en aquel entonces. Los viajes lo renovaban, se sentía pleno e interesante. Conocía diversos países y podía presumir de su cultura universal; podía entonces, compartir grandes pláticas y sentirse parte del mundo. Ahora, se sentía solo y sin mucho por decir. Observó otros y recordó los que habían sido un obsequio de sus amigos. Pocos. Tuvo muy pocos amigos. A ninguno lo conservó en la distancia ni al paso de los años. El semblante le cambió, una mezcla de tristeza, amargura y resignación se dibujaron en su rostro. Vio también el espacio vacío del librero, donde debían estar aquellos libros que se llevo su hijo. La colección completa de clásicos del Romanticismo, los que tanto le gustaban a la madre de Michel. Fue la única herencia que recibió de sus padres, “los libros y el apellido elegante”, como le decían sus hijos. Sí, libros y sólo en el apellido quedó el abolengo, pensaba Michel cada que escuchaba aquello. Su familia perteneció a una clase acomodada, al menos así lo recuerda Michel. Siempre asistieron a colegios donde les enseñaban tres lenguas distintas y salían de may hasta las 6. En esos colegios le habían inculcado el hábito de la lectura. Pero de aquella clase acomodada no quedó nada luego de la apoplejía que sufrió su padre. Del abolengo y la elegancia, sólo les quedó el apellido. Y ahora, tantos años y fracasos después, y tan lejos de su ciudad natal, Michel veía triste sus libros y en su mente se repetía, sólo nos quedo el apellido.

Cerró los ojos y volvió a cruzar los brazos, se acomodó nuevamente en el sofá, mientras su gata se acurrucaba sobre su estómago. Jaló una manta que siempre conserva sobre el reposet contiguo y se tapó. Volvió a dormir hasta el medio día. Soñó con los libros de Agatha Christie y las historias de estos crímenes. Tuvo la sensación de haber comprado por primera vez El último Magnate de Scott Fitzgerald. Y en algún momento su mente lo trasladó hasta el globo de Julio de Verne, cuando Michel aún era un niño inocente, que soñaba con ser un hombre grande y creador como los personajes de sus libros. Le pareció escuchar la voz de su padre que en francés le repetía un par de cosas y le pareció ver también a su mamá acomodando la vajilla de plata sobre la mesa, aquella, que después fue empeñada para pagar las colegiaturas del instituto. Su sueño era profundo. Michel era nuevamente un niño y veía como sus hermanas vestían ropas finas y conservaban aún su figura esbelta y su melena larga. Siguió soñando.

El sol de invierno pegándole en la cara lo despertó. Se incorporó y con pasos lentos caminó hasta su cuarto, tomó el canasto de la ropa sucia y salió al patio trasero. Separó la ropa de color oscuro y la de colores claros. Echo primero la ropa oscura en la lavadora, agregó jabón y un poco de líquido para mantener los colores vivos. Regresó a su cuarto y prendió la televisión. Las películas de permanencia voluntaria comenzarían. Buscó algo bueno en la tele y se sentó. Prendió un cigarro. Sin filtro. Hace muchos años que dejó de fumar tabacos con filtro, yo fumo por vicio no por status, decía. Lo aspira, lo expira y disfruta de su tabaco. La tos comienza, ésa que se había mantenido ligeramente escondida por la mañana, hace su aparición. “Te dará cáncer” le dice su hijo, pero a Michel no le importa. Mitiga su soledad con su tabaco. Y en el fondo, sabe, que su tabaquismo es una autodestrucción lenta que será justificada el día de su muerte y que no será juzgada durante su vida. Que nadie verá que ha dejado de vivir, o que las ganas de vivir se le han marchado hace muchos años y sigue haciéndole daño a su cuerpo para no hacer larga la agonía.

La lavadora suena. Michel sale al patio trasero a tender la ropa. Acomoda uno a uno los calcetines, busca sus pares y los acomoda uno al lado del otro, para que al descolgarlos sea mas fácil juntarlos. Echa la ropa clara en la lavadora, pone jabón y vuelve a su cuarto. Una película está por comenzar y aparenta ser buena. Michel le deja en ese canal y va a la cocina, saca un toper del refrigerador y lo mete al horno de microondas. Saca también las tortillas y pone el comal en la estufa. Calienta bastantes tortillas y el horno suena como listo. Ahora mete otro toper con frijoles al micro y sirve, del toper que ha sacado del horno, pollo con mole, agrega, luego de calentarlos, los frijoles, toma una servilleta, los cubiertos y se marcha a su cuarto. La película recién ha comenzado y Michel se acomoda para comer y verla.

Al terminar de comer coloca los platos en el buró y se recuesta en la cama. La película es un fiasco. Sin darse cuenta, Michel cierra los ojos y cae rendido nuevamente. Está agotado, del trabajo y de ser quien es. Agotado de la edad, de la soledad, del mismo hartazgo. Y vuelve soñar. Sueña con el teatro, con la música clásica que tanto disfrutaba, con la ópera que tanto le agradaba ver y con los eventos a los que siempre fue solo porque su esposa jamás quiso acompañarlo. Sueña con sus hijos de pequeños, con su exesposa aferrada a su compañía cuando aún lo quería. Sueña, con los amigos que olvido en la distancia, los viajes y las amantes.

La lavadora vuelve a hacer ruido y el sonido molesta sus sueños. Lo ignora y sigue durmiendo. Le gusta lo que sueña, le gusta lo que ve. Los perros de su infancia aún están vivos y hacen fiesta cuando lo ven llegar; sus padres están vivos; sueña con sus hijos que no se han ido y el Michel que estuvo vivo.

El teléfono vuelve a sonar. Repica y repica y el insistente sonido lo despierta nuevamente. Se voltea, acomoda su cabeza pegándola a la almohada contigua. Se niega a levantarse. El teléfono sigue repicando. Gruñe. El teléfono se calla. Se acomoda para seguir durmiendo pero recuerda que su ropa está en la lavadora. Se incorpora poco a poco y aletargado y, medio dormido, se levanta para tender la ropa. El teléfono suena de nuevo. Michel va hacia la sala para ver el identificador, vuelve a reconocer el número. Larga distancia. Es su hijo el menor, llama como cada domingo para saber cómo está su padre. Sabe que debe contestarle, que su hijo se preocupará si no lo hace, y seguramente llamará a sus hermanas para preguntar por él, y cuando la mayor le diga que ella tampoco lo encontró, llamará a su madre para preguntar si ella sabe algo de papá. Mas Michel no quiere contestar, no tiene ganas de hablar con nadie. De qué va a hablar, qué de nuevo contará, si su vida lleva años en pausa. Y decide, por primera vez en años, no contestarle a su hijo. Demasiados repiques hasta que el teléfono cesa de sonar.

Su gata maúlla, le exige comida, así que sobre su plato coloca un poco de croquetas y le lava el bote del agua y pone agua limpia. Sale nuevamente al patio para checar el estado de la ropa. Recoge la que ya está seca, la coloca en la cama, comienza a doblarla y la guarda en sus cajones. Lleva a la cocina sus trastes. Al pasar, observa el cuarto contiguo y ve su computadora, se detiene un momento, piensa en prenderla y abrir el messenger, suspira, decide no hacerlo, piensa que seguramente su hermana estará cateando desde la capital y le propondrá miles de negocios en los cuales invertir y perder el dinero que no tienen. No, su hermana no se ha resignado a que lo han perdido todo y que sólo nos ha quedado el apellido, se repite Michel. Piensa entonces, en abrir únicamente su correo. Luego recuerda que su hijo le marcó y al no encontrarlo debió haberle enviado un mail preguntando dónde estaba, y qué le respondería, que no quiso contestarle, que no quiere hablar con nadie porque siente que no tiene nada que decir. Agacha la mirada y camina hacia la cocina. Lava los trastes y guarda los topers en el refrigerador. Se sirve un vaso grande de agua y la bebe de jalón. Regresa a su cuarto y vuelve a sumergirse en la televisión.

Mas tarde el teléfono vuelve a sonar, esta vez Michel no se acerca a ver cuál es el número, lo deja sonar hasta que se cansen. Otra vez son sus hijos. Va al refrigerador y se sirve un vaso grande de leche y le coloca un poco a Amelia que descansa sobre su cama, y al ver que le sirven leche, corre, maúlla y se repega a la pantorrilla de Michel, mientras éste se toma un paquete de galletas.

La noche cae, Michel está cansado pero sabe, que como en cualquier otro domingo, el insomnio llegará a la hora marcada y no logrará dormir. Al fin logra cerrar los ojos mientras desea al siguiente día no despertar, como cada noche, como cada día. Y como otro lunes despertará sin ganas de hacerlo y para poder andar se preparará un café negro que lo ayudará a salir de casa con la rutina pegada a los pies y al corazón.

 
Herramienta de los miembros del taller de narrativa del Departamento de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara.

Textos y mensajes pasados
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Taller, este es el blog que propongo como herramienta para tallerear nuestros textos. El sistema sera asi: 1 - Cuando manden su texto, tienen la opción tanto de mandarselo a todos como solo mandarmelo a mi. Lo dejo a su criterio o a lo que opinen los demás. Yo tomaré el texto y lo "posteare" en este blog lo más í­ntegro posible (a veces los saltos de parrafo no funcionan igual por ser código html de Internet). 2 - Todos deberán hacer sus comentarios al cuento, esto se hace presionando en la liga "Tallereadas". Lo ideal es que todos tengan un usuario de blogguer para poder comentar. Por el momento lo dejaremos abierto, cualquier persona ajena al taller que quiera comentar un cuento aqui es bienvenido. 3 - Vale la pena recordar algunas reglas para tallerear: a) Las criticas deben ser constructivas, duras, sin piedad, pero respetuosas. Recuerden que revisamos el texto, no a la persona ni el contexto, siempre el texto debe defenderse por si solo, y solo a él van dirigidas las críticas. b) Se vale tanto dar comentarios generales, como indicar faltas ortograficas, gramaticales, etc. El como hacerlo a través de los comentarios queda a criterio de cada quien. c) Toda critica debe ir firmada con un nombre, o provenir de un usuario de blogger. Cualquier critica anonima, sobretodo si esta es irrespetuosa o fuera de lugar, sera borrada por el administrador. d) El escritor del cuento no puede defenderse sino hasta el final, o ya que hayan pasado por lo menos siete dí­as desde que el cuento fue "posteado". 4 - Se llevará un calendario de entregas de texto, asi como una tabla de quienes han o no han tallereado. 5 - A partir de "posteado" el cuento, se tendrá un mes para mandar por correo el cuento corregido. Esta corrección sera publicada en el blog en un post diferente, indicando claramente que ya es una segunda versión.

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