Juan Antonio V.B.
Sin que nadie lo esperara, de pronto la hora de la comida se anunció con música y gritos. La algarabía producida provocó que la gente dejara sus platos enfriarse y con prisa se asomara a las ventanas o de plano saliera a ver a que se debía todo ese relajo. Y ahí estaban, los primeros que llegaron fueron los elefantes y sus domadores, seguidos de los fortachones y al final los payasos, con sus trajes de colores y haciendo reír al chiquillerio que corría divertido a un lado de ellos, igual que en las películas de capulina. Yo quise salir también a estar junto con ellos pero la mirada severa de mi abuela fue una prohibición tajante al deseo. Mi hermano menor era en ese momento lo opuesto a mis deseos, estaba escondido entre la falda de mi madre ya que por esa época aun le tenia pavor a los payasos. A causa de eso muchas veces tuvimos que regresar temprano de una fiesta porque no dejaba de llorar, pero también mas de alguna vez el gerente de alguna tienda le dio un caramelo preocupado por su llanto cuando al intentar promocionar sus artículos con uno de esos cómicos lo único que provocaba era que mi hermano corriera despavorido y dando gritos, contagiando con su miedo al resto de los niños y el enojo de muchas mamás.
Regresamos a nuestros platos que ya se habían enfriado, y en lo que mi madre y abuela los calentaban yo no dejaba de hablar sobre el circo que llegaba a nuestra colonia. Mi padre solo escuchaba serio todo lo que yo decía e imaginaba sucedía en un circo, con su mirada solo puesta en la cocina esperando que trajeran de nuevo los platillos. Por ese entonces los ingresos de mi papá aun nos mantenían viviendo en la casa de sus padres y cualquier pequeño gasto era siempre discutido como si fuera el presupuesto de todo un país. Mi entusiasmo no decayó durante el resto de la comida, y después de cada bocado abría de nuevo la boca ya sea para hablar sobre lo bien que se veian los animales o de los trajes de los domadores, claro, siempre evitando hablar con la boca llena. Mi padre masticaba inconmovible y sin decir nada. Al terminar nuestros alimentos y mientras mi madre recogía los platos por fin se digno en decir “el sábado tu madre te llevara a ver el circo, siempre y cuando te portes bien toda la semana” , mi madre me guiño un ojo y sonrió cómplice.
La semana transcurrió tranquila, aun yo no iba a la escuela por lo que mis únicos deberes eran jugar sin hacer ruido durante la siesta de mi abuela, no pelear con mi hermano y no decir mentiras. A medida que se acercaba el sábado yo me portaba mas serio, pasando la mayor parte del tiempo viendo los libros de monitos que mi abuela me había regalado.
El día esperado llego, y también el dilema de que hacer con mi hermano, que lloraba y lloraba queriendo ir con nosotros. Ninguna promesa parecía cortar su súplica y yo sentía que nunca saldríamos de la casa. Mi mamá dijo que lo llevaría y que cuando salieran los payasos le cubriría sus ojos para que no los viera y no se asustara, con esa ocurrencia se termino el lloriqueo y partimos los tres hacia el circo.
Los primeros en salir fueron los payasos, y yo voltee alarmado a ver a mi hermano, pero este estaba riendo porque mi mamá le cubría sus ojos con la mamo, tal como se lo había prometido. Inmediatamente siguieron los elefantes, que a todos nos hicieron exclamar “guao” de admiración con sus destrezas. Cuando salieron los leones todo el circo estaba callado y varios de los niños, al igual que yo, teníamos los ojos llenos de terror. Mi hermano y yo nos apretamos a los brazos de nuestra madre, y suspiramos aliviados cuando el domador, después de hacer saltar a las bestias por aros de fuego, se despidió con una sonrisa.
En lo que acomodaban el centro de la pista para el siguiente acto, un señor se acerco tratando de vendernos inútilmente unos títeres como recuerdo, yo tenia ganas de tener una de aquellas figuras, pero sabía que mi madre no contaba con dinero para ello, todo se había ido todo en comprar las entradas y una bolsa de palomitas con caramelo.
Por fin se escucho el anuncio del presentador de que vendrían los fantásticos e increíbles Hermanos Romanoff. De entre las cortinas aparecieron dos chicas jóvenes, cada una de la mano de otros dos muchachos sonrientes. Ellas iban ataviadas con trajes llenos de brillos, una de azul y la otra de rojo. Los jóvenes iban mas sencillamente, solo con unos trajes de malla que a mis ojos los hacían ver como los luchadores sin mascara que acostumbraban acompañar al Santo en las películas.
Con agilidad treparon las escaleras y en un instante estaban en sus trapecios, una pareja por cada extremo del circo. A continuación comenzaron a volar de un lado hacia el otro, girando y abriendo los brazos en el aire. Eran realmente fantásticos y yo los miraba extasiado. Le dije a mi mamá que cuando fuera grande quería una novia como la de azul, y ella sonriendo asentía, sin dejar de mirarlos volar. De repente volvió a la pista el presentador para pedir silencio ya que lo que seguía era una de las pruebas mas difíciles de la noche. De forma inmediata se escucharon algunas voces tratando de hablar muy bajo y varios “shisssss” entre el publico. La orquesta del circo dio varios redobles a los tambores y las luces se centraron en la chica de azul que había llamado mas mi atención. Daría cuatro maromas en el aire antes de caer en los brazos de su hermano.
Los trapecios comenzaron a moverse con ellos agarrados, cada vez tomando mas impulso hasta que la chica se soltó y giro una, dos, tres veces en el aire para caer a los brazos de su hermano. Los “ayy” se escucharon por todo el circo pero ella sonreía haciendo con sus brazos una señal de que lo intentaría una vez mas. De nuevo todo permaneció en silencio y la escena parecía ser una copia de la anterior. Giró una, dos, tres y la deseada cuarta maroma se logró, pero esta vez los brazos de su hermano no estuvieron a tiempo para sujetarla. Todos miramos la escena que sucedía eterna a nuestros ojos, hasta que un golpe seco nos saco de ese infinito en el tiempo. La chica yacía inerte en el suelo. La gente no decía nada y simplemente salía del circo, en silencio, sin murmullos ni palabras. Mi madre nos tomo de los brazos y también no saco de ahí. Todos nos preguntábamos mudos si la chica vivía, sabiendo de antemano la respuesta.
Llegamos a casa y mi padre ya nos esperaba sonriendo y preguntando como nos había ido en el circo, si mi hermano se había portado bien. Por toda respuesta mi madre nos envió a dormir y le dijo algo que un accidente había sucedido.
A la mañana siguiente no quedaban rastros de donde antes estuvo instalado el circo, nadie sabía a donde habían partido, ni que fue de la chica, unos dijeron que la vieron irse sentada en un taxi, y otros que no iba sentada, sino acostada y sin vida. Realmente nadie supo nada.
Han pasado mas de 30 años desde ese día y aun no dejo de buscar en las multitudes anónimas su cara, como la recuerdo al sonreír mientras se balanceaba en su trapecio por los aires.
Luis Martin Ulloa
Diana Sofía Sanchez
Nylsa Martínez
Patricia Bazaldua
Cástulo Aceves
Yvonne Bagnis
Juan Antonio V.B.
Yolanda Gámez
Francisco Jalomo
Fecha/Envio Cuento |
Autor Cuento |
Fecha/Limite Tallerear |
14-Sep-06 |
Yolanda |
25-Sep-06 |
05-Oct-06 |
Nylsa |
16-Oct-06 |
19-Oct-06 |
Cástulo |
30-Oct-06 |
02-Nov-06 |
Yvonne |
13-Nov-06 |
16-Nov-06 |
Jalomo |
27-Nov-06 |
30-Nov-06 |
FIL |
* Posponer 8 dias |
07-Dic-06 |
Diana |
11-Ene-07 |
11-Ene-07 |
Luis Martin |
22-Ene-07 |
25-Ene-07 |
Paty |
05-Feb-07 |
08-Feb-07 |
Juan Antonio |
19-Feb-07 |
22-Feb-07 |
Juan Salvador |
05-Mar-07 |
08-Mar-07 |
Yolanda |
19-Mar-07 |
21-Mar-07 |
Nylsa |
02-Abr-07 |
05-Abr-07 |
Cástulo |
16-Abr-07 |
19-Abr-07 |
Yvonne |
30-Abr-07 |
03-May-07 |
Jalomo |
14-May-07 |
17-May-07 |
Diana |
28-May-07 |
31-May-07 |
Luis Martin |
11-Jun-07 |
14-Jun-07 |
Paty |
25-Jun-07 |
28-Jun-07 |
Juan Antonio |
09-Jun-07 |
12-Jul-07 |
Juan Salvador |
23-Jul-07 |