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20 febrero 2007
  Escenas sin pudor

Luis Martín Ulloa

1

¿Te gustaría chuparme los pies? escuché el susurro en mi oreja.

***

Apenas llegué hasta arriba por las escaleras eléctricas, en dirección a los cines de la plaza comercial, y fue lo primero que vi: a él, sentado cómodamente en la banca, como si esperara a alguien pero a la vez nomás quedándose allí, pasando el tiempo. Era un domingo a las seis de la tarde, había mucha gente comprando boletos y todavía más haciendo fila para entrar. Pero nadie se atrevía a invadir su espacio, la banca era para él solo. Algunos señores con todo y sus hijos se acercaban un poco, pero después se iban a otra. Tal vez les parecía un poco desvergonzada la manera en que el muchacho presumía sus pies. Traía unas sandalias de piel, de dos tiras solamente: una soportaba el empeine y otra más delgada rodeaba el dedo gordo. El pantalón se encogía sobre sus piernas largas y dejaba al descubierto más arriba del tobillo. Eran largos y delgados. Blancos, pero con unos vellos muy negros.

Me quedé cerca y empecé a leer la cartelera y los horarios antes de animarme a mirárselos. Entre el resumen y el reparto de una película echaba una ojeada rápida, cuidando que él no me descubriera. Creo que me puse un poco nervioso. Cualquiera de las fotos que había bajado de internet o cualquier fantasía que me había formado en la mente con algunos compañeros descalzos de la escuela, se esfumaron al instante.

***

Pero me tardé en una de esas miradas, porque al levantar la vista lo encontré viéndome directamente. Me apendejé y no supe qué hacer. Hasta choqué con algunas personas al huir. Caminé rápido por los pasillos de la plaza, echando vistazos atrás para confirmar que el muchacho seguía sentado en la banca. De repente me sentí estúpido y me paré. Calma, calma, me repetía para recuperar el aliento. No había hecho nada malo. No tenía por qué alejarme de allí. Todavía con el corazón latiéndome rápido entré a la tienda de discos; aún sudaba un poco cuando me coloqué los audífonos para oír una de las novedades.

***

Escuché todo: pop, rock, y hasta algo de world music, que siempre se me había hecho tan aburrida. Al salir miré de lejos las luces de colores a la entrada a los cines y me reí. Ya más tranquilo me quedé a ver algunas tiendas. Me paré frente al aparador de Diesel y unos segundos después se me erizó la piel: junto a mí se colocó una silueta más alta que yo, que no quise mirar, ni siquiera a través del reflejo del vidrio. Me quedé rígido, pegado al suelo, creo que no podía moverme ni un solo centímetro. Duré muchísimo tiempo revisando una chamarra. Hasta que la silueta se agachó un poco, como mirando algo del escaparate, pero acercándose a mí. Entonces me lo dijo.

***

Cuando por fin me volteé para verlo, él sólo sonrió, pero con una sonrisa extraña que no supe que quería decirme. Hizo un movimiento leve con la cabeza y comenzó a caminar. Lo seguí como un zombie hacia la salida del centro comercial. Veía acercarse cada vez más el resplandor de la luz del sol afuera, que restallaba en las puertas de cristal. Antes de salir lo tomé de un brazo y él se volteó. Traigo carro, le dije. Me miró como extrañado y se quedó mudo, pero se devolvió y caminó ahora hacia las escaleras del estacionamiento. Me arrepentí enseguida de haberle dicho eso. Se detuvo para esperar que yo lo alcanzara. No dijimos nada más, él solamente me fue señalando por dónde conducir: en aquel semáforo das vuelta a la derecha, en la siguiente a la izquierda, aquí es. En el recorrido corto que hicimos me pregunté mil veces qué dirían mis papás si me vieran llevando en el carro a alguien de más edad que yo, desconocido para ellos. Y también para mí.

***

Enseguida vuelvo dijo, y me dejó parado en medio de la sala. Miré alrededor, era la casa de una familia. Lo supe porque era igual a la mía: el comedor, los sillones, un mueble para los platos, otro para la televisión. También había cuadros y figuritas. Allí adentro el aire era más fresco que en la calle. Cuando regresó, me entregó un objeto pequeño. Lo miré extrañado. Es un chicle, dijo. No supe qué hacer con él. Te juro que no tiene nada, agregó, mastícalo un rato y lo tiras. Abrí la envoltura y eché las dos tabletas en mi boca. Eran de sabor menta muy fuerte, de esas que hacen sentir como una corriente helada en la garganta. Él se dejó caer en un sillón. Se quitó las sandalias y subió las piernas, colocó las plantas de sus pies sobre la mesita de centro. Un olor entre cuero y sudor llegó a mi nariz. Yo tiré el chicle y me arrodillé.

2

El timbre de la puerta suena hora y media después de la hora en que habían acordado. Al escucharlo, A salta del sillón y camina con prisa para abrir. Tropieza con una silla del comedor, y como está descalzo y siempre ha sido un poco exagerado también, siente que casi se ha roto el dedo pequeño del pie derecho. Hijo de la chingada, murmura mirando hacia la puerta. Trata de recomponerse, porque para llevar a cabo la escena que ha estado imaginando desde rato, se necesita seriedad y no quedaría bien si abriera doliéndose por el dedo.

Tras la puerta encuentra a B cabizbajo, raspando el suelo con la punta del zapato. A quiere soltar alguna de las frases que había estado ensayando y se le vienen en tropel varias (en que habíamos quedado-a qué chingada hora llegas-vales madre cabrón), pero es de tal magnitud su enojo que se atoran en sus labios y se queda mudo. B por fin levanta el rostro y lo mira. A se aparta un poco, me emputa que seas así, murmura por fin cuando B entra, quien con una de sus botas alcanza a tocar los dedos del pie de A, pero éste se aguanta el dolor. B se sienta en una silla del comedor. Un olor apenas perceptible pone alerta a A. Un gesto de incredulidad se forma en su rostro, además ya estabas tomando, le grita. Ante la impasibilidad de B, que no debe su aplomo al alcohol sino a su carácter natural, se dirige hacia la sala, se deja caer en el sillón de nuevo y toma el control de la televisión. La enciende apretando con fuerza los botones. Nomás me tomé dos y además era tequila, escucha decir a B, como si estuviera disculpándose. Me los eché para darme valor, agrega, ahora con un tono que suena incluso desafiante. A siente que oleadas de calor suben y dan vueltas en su rostro, pero que podría hacerle, ¿pegarle?

B sabía perfectamente cómo desarmarlo cuando se emputaba de esa manera. Habíamos quedado en algo y tenías que respetar ese acuerdo, dice finalmente A con la voz más calmada posible, girando la cabeza para verlo. Y dónde están las chelas pues, replica B con una sonrisa por la cual A piensa que los tequilas no fueron dos solamente. Haciendo un esfuerzo por contenerse, pues sabe que ya estando así las cosas es mejor seguir con el plan, se levanta y va hacia el refrigerador. Saca un paquete de seis cervezas y lo pone en la mesa, ¿con éstas tienes para hartarte?, dice. Gracias, responde B con su sonrisa boba e ignorando el tono rasposo del otro. A se queda de pie junto a él. B se agacha y se quita las botas. Las deja a un lado. Coloca los pies en el suelo, cubiertos por calcetas blancas deportivas. A piensa en que están mojadas, pegadas a la piel por la humedad del sudor. Tiene un impulso pero se retrae instantáneamente. B destapa una cerveza y le da un trago largo, le ofrece a A, quien por fin tiene la oportunidad de dirigirle una de sus más terribles miradas de odio. Pero B no se deja impresionar, se recarga en la silla con los brazos detrás de su nuca. Ahora sí, a gusto, dice estirándose y moviendo los dedos de los pies bajo las calcetas. A siente que no tiene nada qué hacer allí por el momento y va de nuevo frente a la televisión.

Durante varios minutos no se oye nada más que el sonido de los programas que se suceden uno a otro, sin que A se decida por uno. Al dejar un canal con el volumen muy bajo, alcanza a oir el ruido que hace una garganta cuando pasan por ella tragos abundantes. Este wey se va a atragantar, piensa A, pero está bien, él también tiene que cumplir. Por esperarte ni fui a cambiar la ropa de mi mamá, porque no le quedó, y ya han de haber cerrado hace rato, agrega A después de unos minutos. Pero qué pues, ¿no me vas acompañar ni siquiera con una? responde B preguntando a su vez, con esa costumbre que crispa los nervios de A de evadir las preguntas y hacerse el simpático. A gira de nuevo la cabeza y lo mira de nuevo de manera aniquiladora. Uy pues, yo nomás decía, dice B ahora riendo abiertamente, denotando por supuesto que la cerveza comienza a dar sus efectos.

De nuevo silencio, más tragos, más botes que se destapan. De manera paulatina, los ánimos van cambiando. B ya no vuelve a hacer ningún comentario. A hasta se permite una risa al ver la televisión, que enseguida borra de su rostro pues todavía quiere seguir con su papel de molesto por la tardanza. De repente B se levanta y se dirige hacia el pasillo que lleva al fondo de la casa. Este pendejo ya se va a vomitar piensa con enfado A sin mirar. Enseguida reacciona y voltea a ver dónde se ha ido el otro. B pasa la puerta del baño y se mete al cuarto de A. Enseguida, dentro, se alcanza a oír otro portazo. Se metió al baño de la recámara, dice con sorpresa A y de inmediato, volviendo el mismo coraje –tal vez más intenso-, corre a alcanzarlo. Desde mitad del pasillo empieza a gritarle. ¿Ya ves cabrón como te gusta ser? ¡Nomás te importa lo que tú digas y lo que tú quieres, pero los demás te valen madre! ¡Nada te importa aparte de ti, eres un pinche egoísta que no…! A se interrumpe de pronto al tratar de girar el picaporte de la puerta. ¡Ábreme, ábreme idiota! grita repetidamente. La orden va perdiendo su tono agresivo. Ningún ruido sale del interior. A siente unas ganas repentinas de llorar. De frustración, de arrepentimiento, de coraje. Se deja caer en el piso. ¿Por qué eres así conmigo? pregunta de nuevo, casi sollozando. Yo siempre he tratado de ver cómo podemos…

El rechinido de la puerta al abrirse lentamente lo interrumpe. Duda por un momento si debe entrar o no. Finalmente lo hace. B está de pie, con el miembro de fuera, casi erecto y apuntando hacia el retrete. A lo abraza por detrás. ¿Por qué me haces siempre lo mismo? le dice mientras baja una mano hacia su pene. B se da la vuelta y queda frente a él. A entiende. Comienza a quitarse con premura la ropa. Sí papito, sí, gracias, gracias. El pantalón se le enreda en los pies. Está a punto de caer. Por fin logra quitárselo. Acá papito ven. A se mete en la bañera. B se coloca frente a él, quien ahora parece esforzarse en dejar que salga la orina. Por fin sale el chorro caliente. A se mueve, gira intentando que el pequeño torrente moje todo su cuerpo, se retuerce con una mueca de gozo que a B le parece grotesca. Se unta y se esparce el líquido ámbar por los brazos, el cuello. Alcanza a recibir un poco en la boca. Lo traga sintiendo un ardor inesperado en la garganta. Cuando termina de fluir, todavía lame el glande. B aspira varias veces de manera entrecortada para intentar reprimir las lágrimas.

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12 febrero 2007
  Circus magnus

Juan Antonio V.B.

Sin que nadie lo esperara, de pronto la hora de la comida se anunció con música y gritos. La algarabía producida provocó que la gente dejara sus platos enfriarse y con prisa se asomara a las ventanas o de plano saliera a ver a que se debía todo ese relajo. Y ahí estaban, los primeros que llegaron fueron los elefantes y sus domadores, seguidos de los fortachones y al final los payasos, con sus trajes de colores y haciendo reír al chiquillerio que corría divertido a un lado de ellos, igual que en las películas de capulina. Yo quise salir también a estar junto con ellos pero la mirada severa de mi abuela fue una prohibición tajante al deseo. Mi hermano menor era en ese momento lo opuesto a mis deseos, estaba escondido entre la falda de mi madre ya que por esa época aun le tenia pavor a los payasos. A causa de eso muchas veces tuvimos que regresar temprano de una fiesta porque no dejaba de llorar, pero también mas de alguna vez el gerente de alguna tienda le dio un caramelo preocupado por su llanto cuando al intentar promocionar sus artículos con uno de esos cómicos lo único que provocaba era que mi hermano corriera despavorido y dando gritos, contagiando con su miedo al resto de los niños y el enojo de muchas mamás.

Regresamos a nuestros platos que ya se habían enfriado, y en lo que mi madre y abuela los calentaban yo no dejaba de hablar sobre el circo que llegaba a nuestra colonia. Mi padre solo escuchaba serio todo lo que yo decía e imaginaba sucedía en un circo, con su mirada solo puesta en la cocina esperando que trajeran de nuevo los platillos. Por ese entonces los ingresos de mi papá aun nos mantenían viviendo en la casa de sus padres y cualquier pequeño gasto era siempre discutido como si fuera el presupuesto de todo un país. Mi entusiasmo no decayó durante el resto de la comida, y después de cada bocado abría de nuevo la boca ya sea para hablar sobre lo bien que se veian los animales o de los trajes de los domadores, claro, siempre evitando hablar con la boca llena. Mi padre masticaba inconmovible y sin decir nada. Al terminar nuestros alimentos y mientras mi madre recogía los platos por fin se digno en decir “el sábado tu madre te llevara a ver el circo, siempre y cuando te portes bien toda la semana” , mi madre me guiño un ojo y sonrió cómplice.

La semana transcurrió tranquila, aun yo no iba a la escuela por lo que mis únicos deberes eran jugar sin hacer ruido durante la siesta de mi abuela, no pelear con mi hermano y no decir mentiras. A medida que se acercaba el sábado yo me portaba mas serio, pasando la mayor parte del tiempo viendo los libros de monitos que mi abuela me había regalado.

El día esperado llego, y también el dilema de que hacer con mi hermano, que lloraba y lloraba queriendo ir con nosotros. Ninguna promesa parecía cortar su súplica y yo sentía que nunca saldríamos de la casa. Mi mamá dijo que lo llevaría y que cuando salieran los payasos le cubriría sus ojos para que no los viera y no se asustara, con esa ocurrencia se termino el lloriqueo y partimos los tres hacia el circo.

Los primeros en salir fueron los payasos, y yo voltee alarmado a ver a mi hermano, pero este estaba riendo porque mi mamá le cubría sus ojos con la mamo, tal como se lo había prometido. Inmediatamente siguieron los elefantes, que a todos nos hicieron exclamar “guao” de admiración con sus destrezas. Cuando salieron los leones todo el circo estaba callado y varios de los niños, al igual que yo, teníamos los ojos llenos de terror. Mi hermano y yo nos apretamos a los brazos de nuestra madre, y suspiramos aliviados cuando el domador, después de hacer saltar a las bestias por aros de fuego, se despidió con una sonrisa.

En lo que acomodaban el centro de la pista para el siguiente acto, un señor se acerco tratando de vendernos inútilmente unos títeres como recuerdo, yo tenia ganas de tener una de aquellas figuras, pero sabía que mi madre no contaba con dinero para ello, todo se había ido todo en comprar las entradas y una bolsa de palomitas con caramelo.

Por fin se escucho el anuncio del presentador de que vendrían los fantásticos e increíbles Hermanos Romanoff. De entre las cortinas aparecieron dos chicas jóvenes, cada una de la mano de otros dos muchachos sonrientes. Ellas iban ataviadas con trajes llenos de brillos, una de azul y la otra de rojo. Los jóvenes iban mas sencillamente, solo con unos trajes de malla que a mis ojos los hacían ver como los luchadores sin mascara que acostumbraban acompañar al Santo en las películas.

Con agilidad treparon las escaleras y en un instante estaban en sus trapecios, una pareja por cada extremo del circo. A continuación comenzaron a volar de un lado hacia el otro, girando y abriendo los brazos en el aire. Eran realmente fantásticos y yo los miraba extasiado. Le dije a mi mamá que cuando fuera grande quería una novia como la de azul, y ella sonriendo asentía, sin dejar de mirarlos volar. De repente volvió a la pista el presentador para pedir silencio ya que lo que seguía era una de las pruebas mas difíciles de la noche. De forma inmediata se escucharon algunas voces tratando de hablar muy bajo y varios “shisssss” entre el publico. La orquesta del circo dio varios redobles a los tambores y las luces se centraron en la chica de azul que había llamado mas mi atención. Daría cuatro maromas en el aire antes de caer en los brazos de su hermano.

Los trapecios comenzaron a moverse con ellos agarrados, cada vez tomando mas impulso hasta que la chica se soltó y giro una, dos, tres veces en el aire para caer a los brazos de su hermano. Los “ayy” se escucharon por todo el circo pero ella sonreía haciendo con sus brazos una señal de que lo intentaría una vez mas. De nuevo todo permaneció en silencio y la escena parecía ser una copia de la anterior. Giró una, dos, tres y la deseada cuarta maroma se logró, pero esta vez los brazos de su hermano no estuvieron a tiempo para sujetarla. Todos miramos la escena que sucedía eterna a nuestros ojos, hasta que un golpe seco nos saco de ese infinito en el tiempo. La chica yacía inerte en el suelo. La gente no decía nada y simplemente salía del circo, en silencio, sin murmullos ni palabras. Mi madre nos tomo de los brazos y también no saco de ahí. Todos nos preguntábamos mudos si la chica vivía, sabiendo de antemano la respuesta.

Llegamos a casa y mi padre ya nos esperaba sonriendo y preguntando como nos había ido en el circo, si mi hermano se había portado bien. Por toda respuesta mi madre nos envió a dormir y le dijo algo que un accidente había sucedido.

A la mañana siguiente no quedaban rastros de donde antes estuvo instalado el circo, nadie sabía a donde habían partido, ni que fue de la chica, unos dijeron que la vieron irse sentada en un taxi, y otros que no iba sentada, sino acostada y sin vida. Realmente nadie supo nada.


Han pasado mas de 30 años desde ese día y aun no dejo de buscar en las multitudes anónimas su cara, como la recuerdo al sonreír mientras se balanceaba en su trapecio por los aires.

 
06 febrero 2007
  Actualizaciones de blog
Hola a todos. Este post no es sobre los cuentos de Luis Martin y Paty que basicamente ya se empalman en dos días con el de Juan, al cual aprovecho pare recordarle si el ya tiene su cuento o si nos dará largas como otros, ja ja, pero en fin, insisto, el comentario no es para recordarle a Paty y Luis Martin que no han mandado su cuento y que realmente nos gustaría que Paty y Luis Martin nos envien sus textos.

No, no es para eso. Este comentario es para informarlos sobre un cambió que me vi obligado a hacer en el blog. Empezaré hablando de los "Troles", los cuales son programas que insertan mensajes de publicidad en foros, comentarios, y otras formas de opinión grupal en el Internet. Estos mensajes son inofensivos, pero si son molestos. En este blog ya hemos recibido un par de "ataques", los cuales fueron borrados. Sin embargo, en mi blog, me vi seriamente inundado este fin de semana de mensajes anunciando viagra, porno, o medicamentos baratos.

La compañia de Blogguer, que es la que auspicia estos blogs, fue comprada por google. Con esto, google se dió a la tarea de mejorar varias cosas del entorno, entre ellas, una forma protegida de comentar que permite evitar a los troles. Cada vez que entras a actuaizar tu blog, ellos te recuerdan que puedes actualizar tu blog, que se mantendrá el diseño y los comentarios. En realidad tuve problemas con los acentos, pero solo eso.

El problema aqui es que de ahora en adelante, si quieren incluir o modificar una entrada (no los confundan con las tallereadas, me refiero a "post"), deberan actualizar sus cuentas de blogguer a google. Es fácil, asi que espero nadie tenga problemas.

Me despidó, recordando por ultimo que seguimos esperando el texto de Luis Martín y Paty.
 
22 enero 2007
  Noticias sobre los cuentos
Hola taller:
Luis martin mandará hoy sus textos. Por cierto son dos cuentos, parte de una trilogia, donde la tercera parte veremos si la subimos en el futuro. Es posible que se nos junten los textos de él y el cuento de Paty. Mi propuesta es que intentemos tallerear todos, ya hacia el final del plazo para Paty, veremos si extendemos la fecha, o procuramos mantenernos en el calendario. Esto es para evitar mas retrasos. ¿Qué les parece?. ¿Algún comentario o duda?. Los comentarios de esta entrada son el for indicado para decir su opinión.
 
09 diciembre 2006
  Despedida
Diana Sofía Sanchez

Como cada día, toma el desayuno acostumbrado en su juventud: un huevo cocido, un jugo coloreado de amarillo y un par de panes tostados. Si el estómago le cuece los intestinos, entonces traga el líquido antiácido que, como nueva rutina, acomoda al lado derecho de su desayuno, junto con un vaso mediano lleno de agua. Hoy no siente dolor. Feliz, recoge los trastes y los lava lentamente, con la paciencia de quien tiene todo el día para consentirse.
Seca sus manos y se apresura, según sus fuerzas, hacia la ventana de la salita. Sentado en el quicio, los ojos se escapan de sus cuencas hacia las montañas azulosas de un San Luis Potosí que vive en su memoria. No hay aves, ni nubes que atraviesen el cielo. La mañana está impecable. La nostalgia puede darse el lujo de mirar sin obstáculos el horizonte.
En ese instante, la Hermana sube cansinamente las escaleras del edificio, apoyándose en el barandal. Cada vez que sube un piso, se queja. Hace dos años que sigue la misma rutina y desde el primer día que aceptó visitar al viejo, se pregunta quién verá por ella, por la fatiga que la invade todas las mañanas o cuando regresa de hacer algún encargo. Bueno, el sacrificio es parte de la penitencia de los pecadores y la ayuda solidaria debe ser siempre abnegada. Pero, quién puede creerse tales rimas de sumisión. Inmediatamente se pregunta si alguien podrá atreverse a ir a su casa cuando ella no pueda ni siquiera pedir un pedazo de pan o reclamar que cierren la puerta mientras alguien más le quita las pantaletas sucias de orines. Nadie se atreve a presenciar la muerte con tanta cercanía. Negando con la cabeza, suspira y sube otro piso. Quién se animará a vestirla o alimentarla. Luego sonrió, su cita todavía no estaba en tal decadencia ni tampoco el viejo era incapaz de moverse. En sí, por eso volvía cada fin de semana... Pero, y cuando él no pueda levantarse más...
El ruido de una puerta que se abre le interrumpió el pensamiento. Una mujer, de la misma edad de la monja, asoma una cabeza esponjosa y blanquecina. La vieja chismosa del siete, dice la Hermana para sus adentros, mientras se acerca a la puerta. Otra vez esta bruja hipócrita, cree que dice la mirada miope de la mujer. Por qué sigue vestida de monja si hace años que regresó del convento. ¿Cree que somos estúpidos o que todo se nos olvida? Un hijo difunto no es cosa de pasar desapercibido... O en realidad la anciana no piensa nada y sólo sale a saludar. Ambas se miran y sonríen al instante estimuladas por la buena educación:

-Buen día, Hermana.
-Buen día.

Pasa rozando con el hábito la rodilla descarnada y rugosa de la vieja. La mujer se hace hacia atrás en un reflejo que evidencia la agilidad de un cuerpo todavía sano, y cierra la puerta con un golpe ligero pero con la fuerza suficiente para que la Hermana sienta su rechazo. O al menos así lo interpreta. Después de subir otros escalones: y quién verá por mí... Al menos Dios está conmigo, él sabe de los sacrificios... y diez escalones más arriba, con total convicción, intenta abrir a empujones la puerta del departamento.
Al sonido ligero de unos golpes, los ojos perdidos en las montañas vuelven a su lugar y con el cuerpo pesado, el viejo se apresura, sorprendido de su torpeza. Cómo fue que olvidó dar vuelta a la llave. Durante mucho tiempo, cada fin de semana hace lo mismo... seguro ya está perdiendo la cabeza. La Hermana no puede esperar mucho tiempo en el umbral. Es una desatención, una brutalidad a la reputación de esa buena mujer; un pie para que la gente pueda decir algo; cualquier cosa nueva que gusten agregar a los rumores viejos.
La Hermana toca con mayor insistencia y la puerta se abre de pronto. La recibe un rostro agitado. Ella sonríe, bondadosa y comprensiva. El corazón vuelve a latir con prisa, también ha olvidado bañarse. La monja entra y se dirige hacia la cocina, para abrir las ventanas. Él permanece recargado en la puerta. Quizá no se da cuenta del olor a viejo. Además, ya debe estar acostumbrada después de tanto...
-¿El dinero?, pregunta de pronto la Hermana y en la voz aguda que sale de su garganta, sin ni siquiera haberlo planeado, se escapa el miedo a que ahora el anciano piense que ya no debe pagarle por sus servicios. En que ahora crea que la apariencia de monja exija no sólo la apariencia, sino también el verdadero sacrificio: la entrega desinteresada.

-¿El dinero?, repite y se acerca al viejo. Un olor fétido le llena de golpe el rostro y vuelve la cara buscando una ventana abierta, para reprimir las náuseas.

-Si quiere...-dice el viejo, con la voz ronca y vacilante-, si... si lo prefiere, yo quería...
La mirada de la monja lo interrumpe.

-¿Hoy no tiene dinero?

Intenta acercarse a la puerta, pero el recuerdo de las náuseas la mantiene estática.
-Sí...
-Entonces no hay tiempo qué perder.
Se arrima a él, lo toma de las manos y lo lleva al sillón de la sala. Va al baño. Después de varios intentos, prende el pequeño boiler y para hacer tiempo, calienta agua para café. El viejo sigue sentado, con el rostro en el piso, como una estatua. Todo ocurre exactamente igual al primer día de su cita. No había disminuido la distancia entre ambos. Tampoco se exigían las palabras cordiales o la trivialidad de una charla. De pronto lo invade la idea de que hubiera sido mejor si las cosas se hubieran dado por el lado amable de las pláticas y no por el curso pecaminoso de recuperar deseos casi olvidados. La Hermana vuelve de la cocina con una taza humeante entre las manos. Cierra las cortinas de las ventanas y se acerca al cuerpo del viejo, con la determinante intención de quitarle la ropa.
-Todavía puedo hacerlo.

La hermana se detiene ante el movimiento brusco de aquel hombre. Un sujeto tan extraño. Piensa en ayudarle, al menos con el pantalón, pero el viejo no deja de moverse. Con la mirada clavada en cada prenda que abandona en el piso, sigue su pensamiento, si mejor platicáramos. Por fin desnudo, camina despacio por la salita, llega a la cocina y se encierra en el baño. Todo cobra un intenso olor a alcohol y a hierbas secas. La Hermana busca qué hacer y de pronto decide hurgar en la recámara. Qué tal si la había engañado y no tuviera un solo quinto.
El agua sale fría al principio. El cuerpo lo siente como un golpe, erizándole la piel moteada y flácida. Sonríe, contento de sentirse todavía vivo y de saberse esperado por aquella mujer. Vieja, pero acomedida, murmura irónico. De pronto, con el agua cayendo en su miembro, evoca los labios blandos y suaves de la Hermana: cómo la mujer se tragaba su miembro ligeramente flácido, ligeramente erguido. Eres un viejo pendejo, pero con suerte, ríe. Abre más la llave del agua caliente y todos los músculos se relajan.
La Hermana permanece en el umbral de la recámara. El olor a alcohol y a hierbas se mezcla con un aroma dulzón de flores marchitas. Se congratula de nunca haber insinuado siquiera la posibilidad de hacerlo en el cuarto. En la sala había dos ventanas que dejaban correr el aire y además, la incomodidad del lugar obligaba a que el acto fuera rápido y sin dejar tiempo a que surgieran lazos sentimentales de por medio. Aunque... tampoco exigía mucho tiempo el raquítico sexo de su “amante”. Prende la luz sólo para dar un vistazo: nada, una recámara de anciano, como cualquiera de su género. Cierra la puerta y se deja caer en el sillón, con el café tibio entre las manos. Qué tanto hará ese viejo apestoso, sonríe ante la ofensa y, con el humor renovado, decide quitarse la ropa. Así no perderán más tiempo.
El cuerpo de ella: robusto, flácido, cubierto de sensaciones eróticas que ella se provocaba, mientras él, ya satisfecho, admiraba la exhibición de la Hermana. Sí, Hermana. Puta, más bien, se contesta y su voz lo espanta. Tal vez ella lo habrá oído. Espera en silencio algunos minutos. Al no oír nada, continua recreando sus momentos amorosos. Sí, eres un viejo pendejo. Ya la hubieras comprado. Que se quedara contigo...
Fue a la cocina por otra taza de café. El ruido del agua continúa detrás de la puerta, como una lluvia interminable. Ya ha de haber llenado la tina. Vuelve a la sala. Para pasar el rato, se pone de nuevo la ropa y se recarga en el quicio de la ventana. San Luis se veía diferente desde allí arriba. Las montañas azules... Cómo extrañó verlas durante su estancia en Veracruz. Cómo quisiera que el tiempo volara hacia atrás...
Al sentarse en la tina, el agua resbala por los límites de la bañera. Sí, el cuerpo de ella, murmura el viejo y se sumerge bajo el agua. Un calambre en el cuello lo sorprende, luego se extiende al brazo. Quiere gritar, pero el agua ahoga los sonidos. El calambre en el cuello, más fuerte. Así era cuando se vaciaba dentro de las mujeres. Un sentimiento ya olvidado. El calambre en el cuello, en la espalda, por debajo de las caderas...todo sucede en segundos. Saca la mano derecha, agarra con fuerza la orilla, pero no puede levantarse... respira agua... el cuerpo pierde impulso... el agua está gris, opaca... los intestinos flaquean... el agua cae fría... el cuerpo del viejo se mueve en varias convulsiones silenciosas.
Sí, las montañas de San Luis son hipnotizantes. La Hermana camina a la cocina. No, ahora es seguro que el viejo no tenía el dinero y se encierra para no pagar. Sinvergüenza. A ver quién se atreve a cumplirle sus caprichos. ¡Dios Mío!, suspira, negando con la cabeza.
-Bueno, ya que usted así lo ha decidido, me marcho...
Abre la puerta. Después de dudarlo un momento, regresa a la puerta del bao y agrega, bajito:
-Vuelvo la semana próxima. Pero... tendré que aumentarle el precio...
Contenta, mira de reojo la sala: todo en orden. Cierra la puerta.
 
Herramienta de los miembros del taller de narrativa del Departamento de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara.

Textos y mensajes pasados
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Miembros del Taller


Luis Martin Ulloa
Diana Sofí­a Sanchez
Nylsa Martí­nez
Patricia Bazaldua
Cástulo Aceves
Yvonne Bagnis
Juan Antonio V.B.
Yolanda Gámez
Francisco Jalomo

Calendario

Fecha/Envio Cuento
Autor Cuento
Fecha/Limite Tallerear
14-Sep-06
Yolanda
25-Sep-06
05-Oct-06
Nylsa
16-Oct-06
19-Oct-06
Cástulo
30-Oct-06
02-Nov-06
Yvonne
13-Nov-06
16-Nov-06
Jalomo
27-Nov-06
30-Nov-06
FIL
* Posponer 8 dias
07-Dic-06
Diana
11-Ene-07
11-Ene-07
Luis Martin
22-Ene-07
25-Ene-07
Paty
05-Feb-07
08-Feb-07
Juan Antonio
19-Feb-07
22-Feb-07
Juan Salvador
05-Mar-07
08-Mar-07
Yolanda
19-Mar-07
21-Mar-07
Nylsa
02-Abr-07
05-Abr-07
Cástulo
16-Abr-07
19-Abr-07
Yvonne
30-Abr-07
03-May-07
Jalomo
14-May-07
17-May-07
Diana
28-May-07
31-May-07
Luis Martin
11-Jun-07
14-Jun-07
Paty
25-Jun-07
28-Jun-07
Juan Antonio
09-Jun-07
12-Jul-07
Juan Salvador
23-Jul-07

Reglas
Taller, este es el blog que propongo como herramienta para tallerear nuestros textos. El sistema sera asi: 1 - Cuando manden su texto, tienen la opción tanto de mandarselo a todos como solo mandarmelo a mi. Lo dejo a su criterio o a lo que opinen los demás. Yo tomaré el texto y lo "posteare" en este blog lo más í­ntegro posible (a veces los saltos de parrafo no funcionan igual por ser código html de Internet). 2 - Todos deberán hacer sus comentarios al cuento, esto se hace presionando en la liga "Tallereadas". Lo ideal es que todos tengan un usuario de blogguer para poder comentar. Por el momento lo dejaremos abierto, cualquier persona ajena al taller que quiera comentar un cuento aqui es bienvenido. 3 - Vale la pena recordar algunas reglas para tallerear: a) Las criticas deben ser constructivas, duras, sin piedad, pero respetuosas. Recuerden que revisamos el texto, no a la persona ni el contexto, siempre el texto debe defenderse por si solo, y solo a él van dirigidas las críticas. b) Se vale tanto dar comentarios generales, como indicar faltas ortograficas, gramaticales, etc. El como hacerlo a través de los comentarios queda a criterio de cada quien. c) Toda critica debe ir firmada con un nombre, o provenir de un usuario de blogger. Cualquier critica anonima, sobretodo si esta es irrespetuosa o fuera de lugar, sera borrada por el administrador. d) El escritor del cuento no puede defenderse sino hasta el final, o ya que hayan pasado por lo menos siete dí­as desde que el cuento fue "posteado". 4 - Se llevará un calendario de entregas de texto, asi como una tabla de quienes han o no han tallereado. 5 - A partir de "posteado" el cuento, se tendrá un mes para mandar por correo el cuento corregido. Esta corrección sera publicada en el blog en un post diferente, indicando claramente que ya es una segunda versión.

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