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20 febrero 2007
  Escenas sin pudor

Luis Martín Ulloa

1

¿Te gustaría chuparme los pies? escuché el susurro en mi oreja.

***

Apenas llegué hasta arriba por las escaleras eléctricas, en dirección a los cines de la plaza comercial, y fue lo primero que vi: a él, sentado cómodamente en la banca, como si esperara a alguien pero a la vez nomás quedándose allí, pasando el tiempo. Era un domingo a las seis de la tarde, había mucha gente comprando boletos y todavía más haciendo fila para entrar. Pero nadie se atrevía a invadir su espacio, la banca era para él solo. Algunos señores con todo y sus hijos se acercaban un poco, pero después se iban a otra. Tal vez les parecía un poco desvergonzada la manera en que el muchacho presumía sus pies. Traía unas sandalias de piel, de dos tiras solamente: una soportaba el empeine y otra más delgada rodeaba el dedo gordo. El pantalón se encogía sobre sus piernas largas y dejaba al descubierto más arriba del tobillo. Eran largos y delgados. Blancos, pero con unos vellos muy negros.

Me quedé cerca y empecé a leer la cartelera y los horarios antes de animarme a mirárselos. Entre el resumen y el reparto de una película echaba una ojeada rápida, cuidando que él no me descubriera. Creo que me puse un poco nervioso. Cualquiera de las fotos que había bajado de internet o cualquier fantasía que me había formado en la mente con algunos compañeros descalzos de la escuela, se esfumaron al instante.

***

Pero me tardé en una de esas miradas, porque al levantar la vista lo encontré viéndome directamente. Me apendejé y no supe qué hacer. Hasta choqué con algunas personas al huir. Caminé rápido por los pasillos de la plaza, echando vistazos atrás para confirmar que el muchacho seguía sentado en la banca. De repente me sentí estúpido y me paré. Calma, calma, me repetía para recuperar el aliento. No había hecho nada malo. No tenía por qué alejarme de allí. Todavía con el corazón latiéndome rápido entré a la tienda de discos; aún sudaba un poco cuando me coloqué los audífonos para oír una de las novedades.

***

Escuché todo: pop, rock, y hasta algo de world music, que siempre se me había hecho tan aburrida. Al salir miré de lejos las luces de colores a la entrada a los cines y me reí. Ya más tranquilo me quedé a ver algunas tiendas. Me paré frente al aparador de Diesel y unos segundos después se me erizó la piel: junto a mí se colocó una silueta más alta que yo, que no quise mirar, ni siquiera a través del reflejo del vidrio. Me quedé rígido, pegado al suelo, creo que no podía moverme ni un solo centímetro. Duré muchísimo tiempo revisando una chamarra. Hasta que la silueta se agachó un poco, como mirando algo del escaparate, pero acercándose a mí. Entonces me lo dijo.

***

Cuando por fin me volteé para verlo, él sólo sonrió, pero con una sonrisa extraña que no supe que quería decirme. Hizo un movimiento leve con la cabeza y comenzó a caminar. Lo seguí como un zombie hacia la salida del centro comercial. Veía acercarse cada vez más el resplandor de la luz del sol afuera, que restallaba en las puertas de cristal. Antes de salir lo tomé de un brazo y él se volteó. Traigo carro, le dije. Me miró como extrañado y se quedó mudo, pero se devolvió y caminó ahora hacia las escaleras del estacionamiento. Me arrepentí enseguida de haberle dicho eso. Se detuvo para esperar que yo lo alcanzara. No dijimos nada más, él solamente me fue señalando por dónde conducir: en aquel semáforo das vuelta a la derecha, en la siguiente a la izquierda, aquí es. En el recorrido corto que hicimos me pregunté mil veces qué dirían mis papás si me vieran llevando en el carro a alguien de más edad que yo, desconocido para ellos. Y también para mí.

***

Enseguida vuelvo dijo, y me dejó parado en medio de la sala. Miré alrededor, era la casa de una familia. Lo supe porque era igual a la mía: el comedor, los sillones, un mueble para los platos, otro para la televisión. También había cuadros y figuritas. Allí adentro el aire era más fresco que en la calle. Cuando regresó, me entregó un objeto pequeño. Lo miré extrañado. Es un chicle, dijo. No supe qué hacer con él. Te juro que no tiene nada, agregó, mastícalo un rato y lo tiras. Abrí la envoltura y eché las dos tabletas en mi boca. Eran de sabor menta muy fuerte, de esas que hacen sentir como una corriente helada en la garganta. Él se dejó caer en un sillón. Se quitó las sandalias y subió las piernas, colocó las plantas de sus pies sobre la mesita de centro. Un olor entre cuero y sudor llegó a mi nariz. Yo tiré el chicle y me arrodillé.

2

El timbre de la puerta suena hora y media después de la hora en que habían acordado. Al escucharlo, A salta del sillón y camina con prisa para abrir. Tropieza con una silla del comedor, y como está descalzo y siempre ha sido un poco exagerado también, siente que casi se ha roto el dedo pequeño del pie derecho. Hijo de la chingada, murmura mirando hacia la puerta. Trata de recomponerse, porque para llevar a cabo la escena que ha estado imaginando desde rato, se necesita seriedad y no quedaría bien si abriera doliéndose por el dedo.

Tras la puerta encuentra a B cabizbajo, raspando el suelo con la punta del zapato. A quiere soltar alguna de las frases que había estado ensayando y se le vienen en tropel varias (en que habíamos quedado-a qué chingada hora llegas-vales madre cabrón), pero es de tal magnitud su enojo que se atoran en sus labios y se queda mudo. B por fin levanta el rostro y lo mira. A se aparta un poco, me emputa que seas así, murmura por fin cuando B entra, quien con una de sus botas alcanza a tocar los dedos del pie de A, pero éste se aguanta el dolor. B se sienta en una silla del comedor. Un olor apenas perceptible pone alerta a A. Un gesto de incredulidad se forma en su rostro, además ya estabas tomando, le grita. Ante la impasibilidad de B, que no debe su aplomo al alcohol sino a su carácter natural, se dirige hacia la sala, se deja caer en el sillón de nuevo y toma el control de la televisión. La enciende apretando con fuerza los botones. Nomás me tomé dos y además era tequila, escucha decir a B, como si estuviera disculpándose. Me los eché para darme valor, agrega, ahora con un tono que suena incluso desafiante. A siente que oleadas de calor suben y dan vueltas en su rostro, pero que podría hacerle, ¿pegarle?

B sabía perfectamente cómo desarmarlo cuando se emputaba de esa manera. Habíamos quedado en algo y tenías que respetar ese acuerdo, dice finalmente A con la voz más calmada posible, girando la cabeza para verlo. Y dónde están las chelas pues, replica B con una sonrisa por la cual A piensa que los tequilas no fueron dos solamente. Haciendo un esfuerzo por contenerse, pues sabe que ya estando así las cosas es mejor seguir con el plan, se levanta y va hacia el refrigerador. Saca un paquete de seis cervezas y lo pone en la mesa, ¿con éstas tienes para hartarte?, dice. Gracias, responde B con su sonrisa boba e ignorando el tono rasposo del otro. A se queda de pie junto a él. B se agacha y se quita las botas. Las deja a un lado. Coloca los pies en el suelo, cubiertos por calcetas blancas deportivas. A piensa en que están mojadas, pegadas a la piel por la humedad del sudor. Tiene un impulso pero se retrae instantáneamente. B destapa una cerveza y le da un trago largo, le ofrece a A, quien por fin tiene la oportunidad de dirigirle una de sus más terribles miradas de odio. Pero B no se deja impresionar, se recarga en la silla con los brazos detrás de su nuca. Ahora sí, a gusto, dice estirándose y moviendo los dedos de los pies bajo las calcetas. A siente que no tiene nada qué hacer allí por el momento y va de nuevo frente a la televisión.

Durante varios minutos no se oye nada más que el sonido de los programas que se suceden uno a otro, sin que A se decida por uno. Al dejar un canal con el volumen muy bajo, alcanza a oir el ruido que hace una garganta cuando pasan por ella tragos abundantes. Este wey se va a atragantar, piensa A, pero está bien, él también tiene que cumplir. Por esperarte ni fui a cambiar la ropa de mi mamá, porque no le quedó, y ya han de haber cerrado hace rato, agrega A después de unos minutos. Pero qué pues, ¿no me vas acompañar ni siquiera con una? responde B preguntando a su vez, con esa costumbre que crispa los nervios de A de evadir las preguntas y hacerse el simpático. A gira de nuevo la cabeza y lo mira de nuevo de manera aniquiladora. Uy pues, yo nomás decía, dice B ahora riendo abiertamente, denotando por supuesto que la cerveza comienza a dar sus efectos.

De nuevo silencio, más tragos, más botes que se destapan. De manera paulatina, los ánimos van cambiando. B ya no vuelve a hacer ningún comentario. A hasta se permite una risa al ver la televisión, que enseguida borra de su rostro pues todavía quiere seguir con su papel de molesto por la tardanza. De repente B se levanta y se dirige hacia el pasillo que lleva al fondo de la casa. Este pendejo ya se va a vomitar piensa con enfado A sin mirar. Enseguida reacciona y voltea a ver dónde se ha ido el otro. B pasa la puerta del baño y se mete al cuarto de A. Enseguida, dentro, se alcanza a oír otro portazo. Se metió al baño de la recámara, dice con sorpresa A y de inmediato, volviendo el mismo coraje –tal vez más intenso-, corre a alcanzarlo. Desde mitad del pasillo empieza a gritarle. ¿Ya ves cabrón como te gusta ser? ¡Nomás te importa lo que tú digas y lo que tú quieres, pero los demás te valen madre! ¡Nada te importa aparte de ti, eres un pinche egoísta que no…! A se interrumpe de pronto al tratar de girar el picaporte de la puerta. ¡Ábreme, ábreme idiota! grita repetidamente. La orden va perdiendo su tono agresivo. Ningún ruido sale del interior. A siente unas ganas repentinas de llorar. De frustración, de arrepentimiento, de coraje. Se deja caer en el piso. ¿Por qué eres así conmigo? pregunta de nuevo, casi sollozando. Yo siempre he tratado de ver cómo podemos…

El rechinido de la puerta al abrirse lentamente lo interrumpe. Duda por un momento si debe entrar o no. Finalmente lo hace. B está de pie, con el miembro de fuera, casi erecto y apuntando hacia el retrete. A lo abraza por detrás. ¿Por qué me haces siempre lo mismo? le dice mientras baja una mano hacia su pene. B se da la vuelta y queda frente a él. A entiende. Comienza a quitarse con premura la ropa. Sí papito, sí, gracias, gracias. El pantalón se le enreda en los pies. Está a punto de caer. Por fin logra quitárselo. Acá papito ven. A se mete en la bañera. B se coloca frente a él, quien ahora parece esforzarse en dejar que salga la orina. Por fin sale el chorro caliente. A se mueve, gira intentando que el pequeño torrente moje todo su cuerpo, se retuerce con una mueca de gozo que a B le parece grotesca. Se unta y se esparce el líquido ámbar por los brazos, el cuello. Alcanza a recibir un poco en la boca. Lo traga sintiendo un ardor inesperado en la garganta. Cuando termina de fluir, todavía lame el glande. B aspira varias veces de manera entrecortada para intentar reprimir las lágrimas.

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Comments:
No podia estar yo mas de acuerdo en utilizar filias "no tan comunes" para los cuentos. Ja ja, me ganaste la idea.

Creo que ambos cuentos estan muy bien escritos, aunque en el segundo encontre algunas frases que, por utilizar solo una letra como nombre del personaje, se vuelven un poco confusas en el orden que estan escritas. Por ejemplo: "Este pendejo ya se va a vomitar piensa con enfado A sin mirar.". No son muchas, pero si talvez haya que hacer una releida mas de algunas frases.

Como textos autonomos, el segundo cuento se me hizo mejor amarrado que el primero. De alguna forma es mas inesperado el final, y los personajes tienen mas volumen, son mas reales.

En el primer texto, siento que el final, aunque no esta mal, no alcanza a sorprenderte. Talvez el hecho de que inicies el cuento con el ofrecimiento de que le chupara los pies le quita fuerza. No se. Creo que incluso si esa frase fuera el final en vez del principio se entiende el texto perfectamente.

Esperamos la tercera parte. Nos vemos hoy en la noche. Saludos.
 
sip coincido con castulo en relacion al segundo, queda un poco confuso lo de las letras aunque ya es menos enredoso con la separacion de los parrafos.
en el primero si es mas obvio el final pero ya no se siente el personaje viejo, ya da la sensacion de que es un chavo medio timido, bien por esos cambios.

la tallereada real te la di antes que todos (y siiiiii, yo los lei antes de las correcciones fuertes jajajajaja)y la verdad me gustaron mas asi, se leen con mas facilidad aunque sr. dr. tendra que hacer unas correcciones mas cuando lleguen los demas comentarios
 
En el primer cuento, me parece que en las últimas líneas del primer párrafo que da inicio al cuento, hay un desorden en la descripción, puesto que empiezas hablando de los pies, pasas al pantalón y luego, sigues con los dedos del chavo, sin decir que son los dedos de lo que estás hablando y no de su tobillo...: “El pantalón se encogía sobre sus piernas largas y dejaba al descubierto más arriba del tobillo. Eran largos y delgados. Blancos, pero con unos vellos muy negros.” (qué?, el tobillo, los dedos?)

También hay algunas rimas involuntarias y en el segundo cuento, de pronto hay algunas oraciones que no se entienden muy bien, por problemas de sintaxis. Lo que me parece atractivo del primer cuento, es el gusto del personaje por los pies. Aunque tal tema se pierde un poco, en la paranoia del personaje, puesto que ya no vuelve a aparecer su afición por la belleza de los pies, sino hasta el final. Aún así, me parece que cierras el cuento de una forma climática: es precisamente cuando el sujeto obtiene su objeto del deseo... y por tanto, es sometido a su propio deseo, cae en él como una víctima, como su adorador y no tanto como un sujeto dominante. (ese es mi análisis... jejejejeje)


En el segundo cuento, me pareció confuso el final. Como dices tú, esa segunda historia que se esconde detrás del primer nivel de lectura, no me quedó muy clara.... quizá es mi falta de sensibilidad... Olvida lo anterior, ya entendí... es que no supe descifrar las claves... pero ya capto la historia.

Las escenas, maestro, están muy bien realizadas, que está de más decirle que uno parece estar también en el cuarto con los jóvenes, viendo el televisor. La edad, creo que sale sobrando, puesto que el tema es el juego de las emociones que existe entre ambos personajes y la necesidad de la embriaguez para así dejar surgir esa parte que en realidad identifica al personaje y que se niega de sí mismo.

Me parece que es un buen texto, en el sentido que no llega al drama, sino que presenta simplemente el rito de la iniciación.

Lo que sí me gustaría y esto es personal, que cuide el lenguaje del narrador. No me refiero a que busco un lenguaje poético, sino que trate de marcar más su diferencia con la voz de los personajes, que no suceda como en los clásicos, donde todos los personajes y narradores hablaban igual. En la novela decimonónica, con un lenguaje refinado y ahora, en su texto, con un lenguaje más bien coloquial. Creo que no estaría de más buscar una diferencia discursiva para narrador y personajes...

PD. LuisMa, te das cuenta del respeto?? Todo te lo dije hablándote de Usted.... sin darme cuenta...
 
Diana.... barbera!! JA JA JA JA
 
Qué puedo hacer Cástulo, a veces no me contengo... jejejejejeje...
 
Estoy de acuerdo con caothic realm en que el uso de A es algo confuso a veces. Sin embargo en la mayoría de las frases donde me confunde el uso de otra letra bastaría para quitar el inconveniente.
 
Interesante manejo en la posición de los personajes, pero tienen una inconsistencia en el nombramiento para rotarlos. La consecución de los hechos es poco menos dinámica de lo que se pretende. Ambientes nítidos, aunque he observado varias acciones poco relevantes.
Tenga en cuenta que solo es mi apreciación crítica.
 
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